En días recientes hemos visto una oleada de manifestaciones sociales en las principales ciudades de Estados Unidos en contra de la política migratoria y racista de Donald Trump. Al mismo tiempo, el mundo presenciaba la travesía de “La Flotilla de la Libertad” que buscaba llevar ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, enfrentándose al bloqueo genocida de Israel. Además, se suman las tensiones entre Israel e Irán al panorama geopolítico. Verdaderamente, no podemos ser indiferentes ante estos sucesos, por más lejanos que puedan parecer.
Un poco más cerca de nosotros, la comunidad migrante y México-americana ha dado muestra de valentía al llenar las calles con banderas de toda América Latina y de Estados Unidos, mostrando que en este mundo las fronteras son invenciones humanas. Por lo que que en estos momentos críticos la Historia, pero sobre todo las historiadoras y los historiadores tenemos la responsabilidad de ser recordadores ante las injusticias y opresión existente.
Debemos recordar que estos hechos no son para nada algo aislado, sino que forman parte de las luchas que a lo largo de la década han empujado el respeto a los derechos humanos. Además de no olvidar a quienes han puesto su granito para hacer de esta sociedad algo mejor, pero también de los momentos en que la barbarie humana se ha hecho patente.
Es por eso que al investigar llegué a un personaje que marcó el movimiento chicano. Este movimiento inició en la década de los sesenta del siglo pasado y se enfocó en defender los derechos de la población México-americana. Justamente este personaje nació en Ciudad Juárez un 3 de marzo de 1928, me refiero a Rubén Salazar, pero desde muy pequeño creció y estudió periodismo en El Paso, Texas. Su vida es ejemplo de las dinámicas propias de la frontera, donde la vida es un vaivén entre ambos lados del río Bravo.
Rubén Salazar trabajó en El Paso Herald Post y en Los Ángeles Times, además fue corresponsal en el extranjero. Para 1970 se convirtió en director de noticas en KMEX, un canal de televisión en español de Los Ángeles, California. Su trabajo periodístico se centró en los problemas concernientes a la comunidad chicana. Además, investigó la relación política entre Estados Unidos y México.
Terriblemente, murió asesinado por la Policía de Los Ángeles con un proyectil de gas lacrimógeno cuando tomaba un descanso de su cobertura de la Moratoria Nacional Chicana, una movilización de dicha comunidad contra la guerra de Vietnam. Esto fue un 29 de agosto de 1970, tenía solamente 42 años.
Rubén Salazar se convirtió en un símbolo para el movimiento chicano, siendo un personaje trascendental para visibilizar la discriminación a la comunidad latina en los Estados Unidos. Por eso, no olvidamos su legado, sabiendo que la lucha sigue y sigue.
Muy probablemente Rubén Salazar no desarrolló toda su vida en esta frontera, sin embargo, sí creo que su experiencia en ese contexto le marcó para tener conciencia de los problemas que atravesaba la población migrante y de origen mexicano en Estados Unidos. En estos momentos tan caóticos, donde los discursos de la ultraderecha empiezan a tomar fuerza, la memoria hace parte fundamental para combatir a quienes odian lo diferente.
Nuestra memoria es algo vivo, que nos permite caminar y saber que no estamos solos en los combates por la vida y la justicia. En realidad, una gran marea de nombres de tiempo atrás hace ya parte de ese legado que lleva a seguir construyendo un mundo mejor.
Al ser frontera somos cercanos a esas experiencias donde la migración, la diversidad y también las injusticias son parte de la vida cotidiana de nuestras ciudades. Por eso debemos alentar la reflexión y discusión publica de estos temas para profundizar en las acciones que podemos realizar para transformar nuestro alrededor. Como propuesta inicial, y desde mi formación historiadora, propongo rescatar del olvido nombres como el de Rubén Salazar.