Ciudad Juárez.- El consumo de drogas en la niñez y la adolescencia es una práctica invisible para los creadores de políticas públicas, mientras que las edades de inicio de drogas duras se han reducido a los 13 o 14 años en Ciudad Juárez, con mayores probabilidades de involucrarse en el mundo criminal, advirtió María Elena Ramos, directora de Programa Compañeros.
“Nosotros sabemos que muchas de las personas que consumen se tienen que envolver, voluntariamente o involuntariamente, en otras actividades como desde chiflar en la esquina para avisar que ya viene la Policía, o vender (drogas). Y los menores de edad son la presa ideal, porque cuando un menor de edad comete un delito es juzgado como menor de edad, entonces es atractivo para quienes se dedican a esa actividad involucrar menores de edad”, señaló.
De acuerdo con la activista, hace dos décadas, los consumidores tardaban hasta 15 años para pasar del alcohol o la mariguana a otro tipo de drogas más fuertes; sin embargo, ahora pueden estar consumiendo hoy mariguana y en dos meses cristal, algunas veces por herencia familiar.
“Es como si estuvieran en un resbaladero, llegan, consumen mariguana, consumen éxtasis, consumen inhalantes, consumen todo; se vuelven poliusuarios de drogas, aunque tengan una droga de preferencia. Y para bajar la montaña, pues es de bajadita y no es tan difícil, para salir de ese hoyo es en cuesta arriba y cuesta mucho trabajo”, indicó.
Sin embargo, no existen cifras oficiales de cuántos adolescentes existen como Rafael, Darey y Hugo, quienes entre los 10 y 13 años se convirtieron en usuarios de mariguana y cristal (cuya historia fue dada a conocer por El Diario el pasado lunes 7 de julio), cuyas drogas los introdujeron en el mundo delictivo, en el que de consumidores se volvieron vendedores, y después fueron utilizados por grupos delictivos de la ciudad para matar personas.
Sin redes de apoyo
En estos casos, el tema es con qué redes de apoyo cuentan para salir, porque aunque ellos tres cuentan con el apoyo de sus familias, no es así para todos los adolescentes. Muchas veces no cuentan con el apoyo de familiares o amigos, y son excluidos por la sociedad, de manera que cuando están fuera de las drogas vuelven a sumergirse porque no existen esas redes de apoyo, señaló Ramos.
También destacó que mientras antes existían “códigos de honor” de no darles drogas a los menores, ahora a los vendedores y consumidores “les vale gorro”, y por ello los niños, adolescentes y jóvenes tienen un fácil acceso a las sustancias en las calles, además de que sus costos han bajado.
Ramos recordó que hace años la dosis de heroína se vendía en dólares y se le llamaba “globo”; después se le llamó “dime” porque la partieron y entonces costaba 10 dólares; luego se llamaba “chinche” y era más barata, “y ahora (la cura de heroína) es una minúscula cantidad, que por 60, 70 pesos las personas consiguen”, un costo similar a cada dosis de cristal.
Durante 2024, Programa Compañeros dio atención a cuatro mil personas consumidoras de alguna sustancia, dos terceras partes de ellas de drogas inyectables, a través de dos proyectos.
“Proyecto Decide es un proyecto de investigación de cinco años, en donde se evalúan cuatro intervenciones para que las personas con VIH que consumen drogas inyectables se adhieran a los tratamientos antirretrovirales y todo eso. Entonces, durante un año los seguimos, los acompañamos, vemos que tengan sus cargas virales y hacemos el estudio para determinar cuál de esas cuatro intervenciones es la mejor”, explicó.
Y el Proyecto de Reducción de Daños trabaja actualmente en 20 puntos de consumo, desde el norponiente hasta el suroriente de la ciudad, 12 de los cuales son considerados sitios de consumo seguro, porque cuentan con un promotor par capacitado, con los insumos necesarios para cuando vayan las personas, como jeringas nuevas y naloxona.
Aunque no atienden menores de edad en estos dos programas, sus beneficiarios sí manifiestan haber comenzado en el mundo de las drogas entre los 13 y 14 años; mientras que existe otro programa de prevención en adolescentes en el que el año pasado fueron apoyados casi dos mil menores de edad, y se estima que de ellos al menos el 20 por ciento ya tienen una experiencia de consumo, desde experimentación hasta consumo complicado de sustancias, informó Ramos.
‘Es parte de su vida’
Como parte del Proyecto de Reducción de Daños, en donde se trabaja con mayores, “hemos observado las dinámicas de algunas familias, en donde el abuelo, la abuela consumen, consumen los hijos, los nietos, y como que el consumo se ha normalizado de tal manera que todos se envuelven en el consumo de las drogas; es muy factible que una familia que esté envuelta en el consumo de drogas normalice el tema de hacer alguna actividad relacionada con el consumo. Por ejemplo, hay un lugar donde están consumiendo, los cuartos de enfrente es donde entran los usuarios a consumir, tienen un patio y la casa de atrás es la habitación y los niños ahí jugando, ahí viendo, porque ya es normal para ellos, es su cotidianidad y no hay esa percepción de estar haciendo algo ilegal, porque es parte de su vida”, relató.
En estos casos existe el riesgo de un consumo hereditario, por lo que Compañeros ha realizado acciones, como orientación, con el fin de romper ese círculo de consumo.
“Lo mismo sucede en el trabajo sexual, y creo que esas infancias deberían de tener una atención especial, porque tienen un grado de vulnerabilidad más grande que las otras infancias en la ciudad, pero desafortunadamente esos problemas no los mira ni la Secretaría de Educación, no los mira nadie y no hay acciones focalizadas para romper esa normalización del uso de sustancias”, lamentó.
Sin cifras oficiales
Ni siquiera existen estudios o cifras oficiales por parte de los gobiernos para conocer la realidad de lo que ocurre con las infancias y las adolescencias en la ciudad. Sin embargo, Compañeros conoce a unas 20 familias con esas prácticas, en donde se tiene normalizado el consumo de sustancias o de trabajo sexual desde los abuelos, padres, hijos y nietos, debido a que es visto como algo normal.
“Y desafortunadamente son personas que mueren jóvenes, son personas que su proceso de desgaste es mucho más rápido y luego los vemos habitando la calle, luego los vemos enfermos”, externó.
“Y todo este tipo de población y todo este tipo de circunstancias no entran en las políticas públicas porque los hacedores de políticas públicas sólo miran una parte; por ejemplo, el Gobierno federal: Jóvenes Construyendo el Futuro, pero yo me pregunto cuántos de estos jóvenes son acreedores a una beca, por las condiciones de no estudiar y no trabajar, deberían de ser acreedores a una beca, pero el problema es que no todas las personas saben que hay una beca de Jóvenes Construyendo el Futuro. Entonces, son poblaciones invisibles para los hacedores de política, para los funcionarios; incluso para los operativos de los programas, porque muchas de las veces van a un programa, pero como tienen una fachada, como tienen esas costumbres, les niegan el servicio por esa situación. Es muy grave”, apuntó.