Sin hablar español y muchas veces sin haber comido más que una tortilla con sal, a los diez años Constantino tenía que levantarse de madrugada para sacar a pastorear los animales y luego caminar 40 minutos entre la Sierra de Oaxaca para llegar a su salón de clases, sin imaginar que tres décadas después lograría convertirse en juez del Poder Judicial del Estado de Chihuahua.
Constantino Hernández López nació hace 40 años en la comunidad mixteca de Tierra Colorada, en el municipio de San Miguel Chicahua, Oaxaca, pero fue en esta frontera en donde logró romper barreras como el idioma, la pobreza y sus propias costumbres, y encontró una red de apoyo que le permitió ser abogado, maestro, doctor y uno de los 11 nuevos jueces en Material Civil durante la reciente elección histórica de jueces y magistrados.
Su historia muestra que, con el trabajo, las redes de apoyo de la comunidad, los principios y valores, “siempre se pueden romper los obstáculos”, destacó el mixteco quien, tras haber logrado 36 mil 872 votos a su favor, el próximo 1 de septiembre encabezará un tribunal del Distrito Bravos.
“No teníamos ropa, no teníamos zapatos, no teníamos comida, comíamos una tortilla con sal”, recordó quien desde los 5 o 6 años trabajaba en el campo con sus tres hermanos, mientras que sus cuatro hermanas ayudaban a su mamá en las labores del hogar.
Madrugar para pastorear e ir a la escuela
En lo más alto de una comunidad de unos 200 habitantes, en donde entonces el único medio de transporte que podía utilizarse eran los burros, los diez integrantes de su familia vivían en una casa de madera, en donde todos dormían en un cuarto y se encargaban de plantar maíz, vender leña y cuidar dos bueyes, borregos, gallinas y perros que tenían.
“Yo caminaba ocho horas con mi mamá para ir a vender la leña y a veces no nos compraban y nos teníamos que regresar con ella. Como a las 6:00 de la mañana ya teníamos que haber llevado a los animales a darles de comer y después iba a la escuela. Y a veces mi papá tenía que salir a la Ciudad de México a trabajar en la obra, y ya nosotros, con mi mamá, nos hacíamos cargo de los animales”, relató el hijo de María López Guzmán y Salvador Hernández López.
Confiesa que de niño la escuela no le gustaba, pero sentía la necesidad de estudiar, y siempre soñó con ser maestro y ayudar a los demás, aunque no supo cómo lograría hacerlo.
“Había veces que no teníamos nada y vendíamos un borrego… mucho tiempo nos mantuvimos con una beca que me dieron a mí del Programa de Solidaridad (del Gobierno federal), porque era para otro niño, pero no quiso firmar y el maestro me dijo: ¿tú quieres firmar?. Y yo dije: yo sí quiero. Y firmé, y me dieron a mí la beca”, recordó.
‘¿No quieres seguir estudiando?’
A los 12 años, cuando se graduó de la primaria, un día su papá y su tío se reencontraron después de décadas de haber sido separados cuando su abuelo mató a su abuela y huyó sólo con uno de sus tres hijos (su tío).
Un día llegó su tío, quien era director de una escuela en otra comunidad de Oaxaca, y cuando lo vio le preguntó: “¿No quieres seguir estudiando?”, él, seguro, respondió un “sí”, y lo volvió a cuestionar: “¿Quieres irte conmigo?”, y él volvió a asegurar que sí.
Los siguientes tres años vivió en Tolosita, una comunidad ubicada en la región del Istmo, Oaxaca, donde estudió la secundaria y trabajaba limpiando patios o llantas de camiones de carga; sin embargo, no podía comunicarse con sus padres, era maltratado por su tía y discriminado por sus maestros y compañeros de clase por no saber hablar español, pero se graduó.
Al graduarse pensó que su destino sería el de la mayoría de sus compañeros: irse a la Ciudad de México a trabajar, pero recibió una llamada de su mamá para decirle que habían migrado a Ciudad Juárez, con la idea de cruzar a Estados Unidos, pero descubrieron que en esta frontera las maquiladoras pagaban mucho más que lo que podrían obtener en Oaxaca o en la capital del país.
Llegada a la frontera
A los 15 años, Constantino llegó a Ciudad Juárez con la idea de trabajar, pero en ninguna parte lo contrataban y se dedicó a juntar latas de aluminio con su mamá, hasta que a los 16, después de ir unas diez veces a pedir trabajo a la maquiladora Toshiba, un día lo contrataron, y ahí comenzó a estudiar la preparatoria abierta. Hasta que, sin saber que tenía derecho a vacaciones o a un finiquito, tres años después se cambió a Ansell y luego a Lexmark.
En Lexmark les daban la oportunidad a sus empleados de estudiar una carrera relacionada con el trabajo en la maquiladora, pero él se decidió por la licenciatura en Derecho, y pese a la negativa de su padre, con su trabajo y el apoyo de dos hermanos que ya estaban en Estados Unidos, se convirtió en el primer profesionista de su familia y de su comunidad.
‘Siempre quise ser maestro’
Recuerda que también tuvo que salirse de la zona en donde habita la comunidad mixteca en Juárez, porque el estudiar no era parte de sus costumbres. Pero siempre encontró redes de apoyo, como su maestro Anselmo Meza, quien lo ayudó a convertirse en maestro de una preparatoria a los 21 años, y otros profesores y abogados que le permitieron trabajar en sus despachos.
“Yo siempre quise ser maestro, desde niño, yo aspiraba a eso, y siempre me gustó defender a la gente, como que el Derecho lo veía reflejado en algo que podía servir”, explicó quien también decidió estudiar leyes después de que su papá compró un terreno en esta ciudad y lo perdió por culpa de un abogado, y luego entre toda la familia compraron otro y otro abogado les cobró mucho dinero por trámites que ellos mismos hubieran podido realizar.
La primera vez que litigó fue en el tercer semestre de su carrera, cuando un familiar atropelló y mató a un niño y sus maestros lo asesoraron para llevar por primera vez un caso.
“Lo mejor de Juárez es la gente, no puede encontrar mejores personas que en Juárez, porque la verdad es que nunca me juzgaron; al contrario, veían la limitante (para hablar español) que yo tenía, pero siempre me impulsaron. Y hay muchísimas personas que me impulsaron”, destacó.
En 2013 se convirtió en maestro en Administración Pública por la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) en esta frontera, gracias a una beca para estudiantes indígenas. Y, después estudió el doctorado en Derecho Judicial en el Instituto de Formación y Actualización Judicial (Inforaj).
Llegó a convertirse en asesor jurídico de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, en donde permanece actualmente, pero también ha laborado como fiscal cívico del Municipio de Juárez, como juez de Barandilla y como maestro en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y el Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez (ITCJ).
“Si me dieran la oportunidad de vivir la misma vida, yo te diría que sí, a pesar. Porque cuando vivíamos en la comunidad éramos lo que le sigue de pobres, no usábamos ropa, no usábamos zapatos, comíamos una vez al día y era tortilla con sal. Y nunca teníamos para los dulces, salvo en las piñatas de Navidad y mi mamá lo que hacía era que guardaba las bosas y ya nos daba uno al mes”, recordó.
“Yo siempre quise tomar los juguitos de Jumex, en lata, y cuando eran las fiestas mi hermano y yo íbamos y buscábamos la lata y les echábamos un poquito de agua y los probábamos. Nunca tuvimos dinero para nada de dulces, y era lo que siempre queríamos”, narró.
Dudó de ganar la elección
Además, ha sido presidente de la Barra y Colegio de Abogados Licenciado Benito Juárez y delegado del Estado de Chihuahua de la Confederación de Colegios y Barra de Abogados de México.
“Yo siempre fui un crítico de la reforma al Poder Judicial… y cuando sale esta posibilidad, mucha gente me dice que lo intente”, explicó sobre su decisión de competir para convertirse para juez civil en el Distrito Bravos.
Y aunque confesó que en algún momento dudó de poder lograr el triunfo y pensó que los puestos ya estaban negociados, culminó en cuarto sitio, tras una campaña en la que lo apoyaron familiares, amigos y colegas, tanto a través de redes sociales como en los recorridos que realizó para acercarse a la gente.
Tras el triunfo, uno de sus compromisos como juez es la agilización de los procesos a través de mecanismos alternativos de solución de conflictos, tener un mayor acercamiento con la gente y mantener transparencia y rendición de cuentas claras.
Otro de sus anhelos es lograr que, al formar parte de un pueblo originario, el Tribunal Superior le asigne los casos en donde las comunidades indígenas estén relacionadas, para así ir logrando mayor igualdad.
Tras una vida de retos y logros, el padre de una hija de 14 y un hijo de 10 años, destacó que “siempre se puede” y exhortó a los niños, adolescentes y jóvenes que habitan en Juárez, sin importar su lugar de origen, a trabajar por sus sueños.