¿Qué sentirá un policía de los que podríamos denominar “bueno”, cuando uno de los compañeros que tiene a su lado en la fila se dedica a ensuciar el uniforme y el mandato legal que juró cumplir?

¿Qué sienten esos buenos policías cuando, sin mayor evidencia, son maltratados por ciudadanos que dudan de su labor y efectividad?

Es importante plantear estas preguntas, porque estamos hablando de la manera en que se mantiene una moral alta entre la “tropa”, dadas las complicadas condiciones sociales, económicas y de seguridad en Ciudad Juárez.

Ciertamente, no debe ser fácil subirse a una unidad, recibir un llamado de auxilio y acudir con el alma en vilo, sin saber si saldrán bien libradas o librados, y hasta con el miedo de perder la vida.

Entonces, los buenos agentes requieren las debidas atenciones para que sigan cumpliendo su función en las mejores condiciones de moral y bienestar psicológico. Solo así, les serán útiles a la sociedad y a sus propias familias.

Sabrá Dios cuántas cosas no verán las y los agentes de policía local en cada turno que les toca cubrir, y que, en un momento dado, pueden ser factores que los lleven a darle la espalda a la sociedad misma.

De ninguna manera se justifica, y más adelante voy a explicar por qué, pero es algo que sucede, sea por razones económicas, psicológicas o de otra índole.

El punto es que, muchas veces, puede ser que al sentirse acorralados por una sociedad que no confía en las corporaciones y que, hasta cierto punto, rechaza a sus integrantes, suceda que de la noche a la mañana decidan cambiar de bando. Sin embargo, hay casos extremos donde se rompe toda lógica, y encontramos a personajes con conductas claramente criminales.

Hay que decirlo: el que una gran parte de los ciudadanos no confíe en los agentes de policía, sean locales o estatales, puede deberse a situaciones fundamentadas. Y aquí me refiero a los casos más mediatizados de aquellos que, con un uniforme, se dedican a delinquir, es decir, a actuar en contra del bien común.

Ya armados y con el conocimiento operativo-legal, un policía que actúa contra la sociedad puede convertirse en un verdadero monstruo.

Pero no todos actúan igual. Tendemos a generalizar y estigmatizar a los agentes de policía, pero de que hay buenos agentes, los hay.

Evidentemente, el ciudadano común no anda haciendo exámenes psicológicos o pruebas de confianza para determinar a quién tiene enfrente. Esa es responsabilidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.

Aun así, incluso con pruebas y filtros, los malos elementos pueden permanecer dentro sin ser detectados, hasta que ocurre algo que permite develar al que traiciona el uniforme y actúa en contra de inocentes. Para el caso que se comenta, se trata de un auténtico criminal.

A nivel local, surgió un caso en la Policía Municipal, donde uno de sus agentes está vinculado a proceso por su participación en la matanza de Bavispe, Sonora, ocurrida el 4 de noviembre de 2019, como puntualmente publicó El Diario.

El ahora procesado, según informó César Omar Muñoz Morales, secretario de Seguridad Pública Municipal, era un “elemento activo hasta el día de su detención, y entró el 29 de septiembre de 2022 tras aprobar los exámenes de confianza. El 14 de junio de 2023 presentó su renuncia, y volvió a ingresar en julio de 2024”, de acuerdo con lo publicado.

El 29 de julio pasado fue vinculado a proceso por feminicidio calificado y feminicidio en grado de tentativa por el caso de las tres mujeres asesinadas en ese mismo hecho, indica la nota de El Diario.

Cualquier persona, no solo los policías o funcionarios públicos, debiera actuar con base en una ética y moral, no solo porque es lo correcto, sino porque nadie está exento de las consecuencias de actuar fuera de ambas.

Hacer lo correcto permite, además, una conciencia tranquila sobre el deber cumplido.

Recuerdo el libro Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski, donde el personaje principal decide, al final, entregarse a la policía cuando su conciencia no le permite ni dormir, luego del asesinato que cometió.

Raskólnikov se sentía por encima del bien y del mal; creía que la moral y la ética no se aplicaban a todos los seres humanos. Pagó un alto precio por su error: la condena a Siberia no solo fue castigo físico, sino también la forma en que la culpa y la conciencia terminaron por quebrarlo.

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