“Estamos como en la selva”, me dijo un jardinero mexicano, “nos están cazando”. A varios de sus amigos ya los había detenido la migra. “Agarran a las camionetas de los trabajadores y se llevan al menos a uno”. En varias ciudades de Estados Unidos, los inmigrantes ya tampoco pueden confiar en la Policía; han hecho acuerdos con el Gobierno de Donald Trump y los que antes solo daban infracciones de tráfico ahora se han convertido, en la práctica, en aprendices de agentes migratorios.
Además, Trump les ha declarado la guerra a las ciudades santuario –que históricamente han protegido a los inmigrantes– y sus miembros de la Guardia Nacional ahora persiguen a las personas más vulnerables del país. “Chicago se va a dar cuenta de lo que es el (recién nombrado) Departamento de Guerra”, escribió el presidente en sus redes sociales, presagiando la presencia de militares en esa ciudad para ayudar a detener extranjeros.
El miedo está por todas partes: existen padres indocumentados que le piden el favor a amigos o familiares para que lleven a sus hijos a la escuela; las salidas a cines, restaurantes y lugares públicos se han limitado a lo mínimo necesario para los que no tienen sus documentos en orden; hay iglesias, estadios y conciertos semivacíos; las cortes han dejado de ser lugares seguros porque hasta ahí se realizan arrestos, y en muchas casas ya se oyen las preguntas ¿qué hacemos?, ¿nos regresamos?
Aunque el Gobierno lo niega, hay muchos reportes de arrestos que se realizan solo por la manera en que se ve el inmigrante –perfil racial– o por el acento al hablar el inglés. La Corte Suprema acaba de aprobar ese tipo de cacería humana. Y no es cierto que la mayoría de las detenciones se realizan contra criminales y con órdenes de arresto. Miles de inmigrantes han caído bajo lo que Tom Homan, el zar fronterizo, llama “arrestos colaterales”. Es decir, estaban en el lugar equivocado cuando se realizó una redada.
Pero lo que he estado pensando mucho últimamente es en esos agentes latinos, que van enmascarados y sin identificación, y que les toca detener a sus vecinos, a otros hispanos como ellos e incluso a gente con la que pudieron haberse cruzado en un supermercado, en una escuela u oficina. ¿Qué pasa detrás de la máscara? ¿Qué ocurre en sus mentes cuando un latino arresta a otro latino? ¿Se imaginan esos agentes que él o alguien de su familia podría ser el detenido? ¿O lo bloquean? ¿Cómo identifican a las personas que tienen que detener? ¿Es la manera en que se ven y hablan?
De los casi 200 mil empleados que había en el 2023 en el Departamento de Seguridad Nacional (que controla a ICE), más de 45 mil eran latinos (un 22 por ciento). Y estos porcentajes se incrementan en estados como Texas y California donde hay poblaciones con mayoría hispana. A esto hay que añadir 10 mil agentes más que podrán ser contratados con el presupuesto aprobado recientemente por el Congreso.
La verdadera tragedia detrás de estos números es que la política de persecución y terror del presidente Trump hacia los inmigrantes está enfrentando a latinos contra otros latinos. Y lo único que separa a unos de otros es un papel. Eso es todo.
No tiene por qué ser así.
El ex presidente Ronald Reagan, del mismo partido de Trump, aprobó en 1986 una amnistía que legalizó a más de tres millones de indocumentados. Y no era amigo de los muros. “Estamos hablando de construir una cerca (con México). Pero por qué, mejor, no reconocemos los problemas que tenemos en común”, dijo alguna vez Reagan en una declaración que rescaté de las benditas redes sociales. “Cuando sea posible, hay que dejar (que los migrantes) vengan aquí legalmente, con un permiso de trabajo. Y ya aquí, mientras trabajan, también pagan impuestos. Así abrimos la frontera de ambos lados”.
El presidente Trump no está escuchando esto ni quiere aprender las lecciones de la historia. Atacar a los inmigrantes es atacar la esencia de Estados Unidos. Casi todos en este país somos inmigrantes o descendientes de inmigrantes.
No debe ser nada fácil estar detrás de esas máscaras negras persiguiendo a tu propia gente. Pero supongo que hay un momento, cuando te la quitas y te ves al espejo, en que sabes, en lo más profundo de tu alma, que algo no está bien.