Ciudad México.- ¡Cuántas cosas suceden en las noches de bodas! En ésta a la que voy a referirme el novio tomó por los hombros a su desposada, la miró fijamente y le preguntó, severo: «Dime; Florinola: ¿soy yo el primero con el que haces esto?». «¡Ah! -exclamó ella, irritada-. ¿Por qué todos los hombres me preguntan siempre lo mismo?». «Vivo en un estado de nerviosidad constante» -le dijo doña Tacha al doctor Duerf, psiquiatra. Le indicó el analista: «Descubriré el motivo de su nerviosismo y lo atacaré». Doña Tacha se sobresaltó: «¿Va usted a atacar a mi marido?». Empédocles le pidió al mesero: «Tráeme un tequila doble». Preguntó el tipo: «¿De cuál le traigo?». Sin vacilar respondió el temulento: «Del que haya más». Conocemos a Capronio. Es un sujeto ineducado e incivil. Le dijo a su esposa: «¿Para qué compras brassiéres? No tienes mucho qué poner en ellos». Replicó ella: «En ese caso tú tampoco deberías comprar calzones». Ese cuento me hace recordar otro parecido. El elefante africano vio en la selva a Tarzan sin el taparrabos que usualmente lo cubría. Les dijo, perplejo, a los otros elefantes: «¿Y podrá tomar agua con esa cositilla?». Uno más sobre el mismo tema. La hermosa princesa vio en su jardín un feo sapo. Lo llevó a su alcoba y le dio un beso. Al punto el sapo se convirtió en un apuesto príncipe. De inmediato el príncipe y la princesa se dispusieron a hacer lo que hacen las princesas y los príncipes cuando se olvidan de que son príncipes y son princesas. Ella vio la entrepierna de él y le dijo, mortificada: «Para eso mejor te hubiera dejado en sapo». Me es forzoso evocar de nueva cuenta al tío Laureano, personaje tradicional de Nava, bello lugar del norte de Coahuila. Iba con su esposa por la plaza del lugar, y un amigo le preguntó en dónde habían estado los pasados días. Le contó el tío. «Fuimos a un casamiento en San Antonio, Texas. Grande la fiesta. Éramos como 20 mil invitados». «Ah jijo -se asombró el amigo-. El pastel de bodas debe haber sido muy grande». El tío Laureano volteó a ver el quiosco de la plaza, como para establecer comparación. Notó eso su señora y le dijo: «Tantéyate, Laureano, porque luego no vas a tener cuchío pa' partirlo». La Presidenta Sheinbaum declaró que en seis años salieron de la pobreza en México 13.5 millones de personas. Añadió: «Una noticia que cimbró al mundo». Habrá que repetirle a la mandataria aquella admonitoria frase: «Tantéyate, Laureano»… Escribo esto en horas de la madrugada del 15 de septiembre. Siempre escribo cuando amanece el día, después de un sueño reparador y de una taza de café para desapendejarme, propósito que no siempre se cumple. Como mexicano me enorgulleció que por primera vez en nuestra historia fuese una mujer quien diera el tradicional Grito de la Independencia. A la temprana hora de ayer, sin embargo, estuve inquieto por saber a quién vitorearía la Presidenta, a más de a los héroes que nos dieron patria. Temía que diera salida a gritos partidistas, como «¡Viva la Cuarta Transformación!», u otro semejante, o aún peor. Pasado el evento -todos los eventos pasan- vendrá el debido comentario. El cual, dicho sea de paso, también pasará. Al empezar el primer día de casados ella le dijo en la cocina a él: «Terminaré de tostar el pan y serviré el jugo. Luego desayunaremos». Preguntó el maridito: «¿Qué hay para desayunar, mi vida?». Respondió ella: «Pan tostado y jugo». La congojosa viuda dijo en el funeral de su marido: «Mi pobre esposo deja un hueco muy grande». Una comadre de la señora le musitó al oído: «Comadrita: que la pena no la lleve a revelar intimidades». FIN.

MIRADOR

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

La Historia, dicen, la hacen los vencedores.

En el caso de México los vencedores la han deshecho.

Los historiadores de nómina y quincena hicieron de la historia oficial -la que nos enseñaron en la escuela- un burdo entramado de ocultaciones y mentiras; un relato maniqueo de héroes inmaculados y villanos sin posible redención.

Esa engañosa narrativa presenta a Hidalgo como Padre de la Independencia. Falsedad grande es ésa. Mal puede ser independista el hombre cuyo grito de guerra fue: «¡Viva Fernando Séptimo!». El desordenado movimiento del cura de Dolores duró sólo unos meses, y terminó en el cadalso para él y sus compañeros. Iturbide fue quien nos emancipó de España. No consumó la Independencia, fue su autor, pues ninguna relación hubo entre lo que él hizo y lo que no hizo Hidalgo. A Iturbide le debemos, a más de la emancipación, el nombre de México y su bandera.

Ah, y los chiles en nogada.

A ver si por lo menos a éstos los respeta la historiografía oficial.

¡Hasta mañana!…

MANGANITAS

Por AFA.

«. Independencia.».

A riesgo de equivocarse

cierto crítico comenta:

«Ahora es la Presidenta

la que ha de independizarse».

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