En una sofocante mañana de domingo, 20 hombres indígenas de la Amazonía ecuatoriana subieron a una canoa en su comunidad, cerca de la frontera con Perú. Su destino era un pueblo vecino a 45 minutos por vía ribereña.

Eran atletas que se dirigían a una competencia deportiva entre aldeas, una tradición muy apreciada que fortalece los lazos comunitarios.

Pero era una tradición que no se había celebrado en años y, para muchos participantes, era una especie de reencuentro.

“Desde niño no había ido a Kusutkao”, dijo Luciano Peas, de 28 años, integrante del grupo indígena achuar, refiriéndose a la aldea a la que se dirigían.

El viaje entre las aldeas aisladas era posible gracias a su embarcación, una canoa tradicional con una característica distintiva en la parte superior: 24 paneles que aprovechan la luz solar para alimentar un motor.

La canoa es parte de una flota cada vez mayor de embarcaciones eléctricas que ofrecen una alternativa más barata y ecológica a los botes a diésel que suelen recorrer las vías navegables de la región indígena.

La primera embarcación impulsada por energía solar se puso a navegar en 2017 y, en la actualidad, estos botes desempeñan un papel fundamental en este remoto rincón de la Amazonía, convirtiéndose en un motivo de orgullo para los achuar, que ayudaron a desarrollar y ampliar la red de canoas impulsadas por energía solar.

Las embarcaciones, con capacidad para 20 pasajeros, han transportado a niños a la escuela, a enfermos a las clínicas e incluso a personas en duelo a un funeral.

“Mi esposa había estado con aborto incompleto y tenía una hemorragia”, dijo Ninki Roland Antik, que vive en Kusutkao, pero una embarcación impulsada con energía solar pudo llevarla rápidamente a un centro de salud local. “Gracias a eso, mi esposa está con vida”, añadió.

Las aldeas aisladas forman parte del paisaje de la provincia de Pastaza, una extensa franja de selva del tamaño aproximado de Bélgica, donde viven unos 7000 achuar repartidos en decenas de comunidades dispersas entre la densa vegetación.

A diferencia de otras partes de Ecuador, donde las carreteras conectan pueblos y ciudades, solo un tercio de la provincia cuenta con carreteras. Al resto solo se puede llegar en barco o en costosos vuelos chárter.

Por lo tanto, los ríos no son simplemente parte del paisaje. Son un enlace esencial entre las aldeas. Durante generaciones, los achuar navegaron estas aguas en canoas tradicionales, cuyos movimientos estaban dictados por las corrientes cambiantes de los ríos.

Pero en las últimas décadas, otro tipo de embarcación había tomado el relevo: el peque peque.

Llamados así por el rugido de su motor diésel (peque peque peque), estos barcos han sido el principal medio de transporte en la Amazonía de Perú y Ecuador desde la década de 1990.

Solo en Pastaza se realizan diariamente más de 200 viajes propulsados por combustibles fósiles, según Andrés Granda, de 34 años, prefecto provincial, el máximo funcionario electo.

Su llegada revolucionó el transporte en la región, permitiendo a la gente viajar más rápido y más lejos.

Pero tuvo un alto precio, según los achuar y los defensores del medioambiente.

El motor de la embarcación emite nubes de gases de escape y derrama combustible en los ríos, contaminando el agua y afectando a la fauna de la región. Un estudio realizado en 2022 por una investigadora ecuatoriana reveló que los derrames de combustible habían agotado las poblaciones de peces, lo que dificultaba la pesca, principal fuente de sustento de los achuar.

“Antes había harta cachama, bocachico, tanglas”, dijo Anchumir Tentets, de 67 años, un anciano achuar, mencionando varios tipos de peces. “Pero con la llegada del peque peque, ya no hay más”.

Más allá de la contaminación, las embarcaciones de diésel, que pueden transportar hasta cinco pasajeros, son de operación costosa. Su combustible, aunque se extrae del Amazonas, es caro. Un galón puede costar hasta 10 dólares, más de cinco veces el precio que se paga en una ciudad ecuatoriana. Como resultado, los viajes también son caros, y cuestan entre 5 y 10 dólares, más de lo que muchos achuar pueden pagar.

“Si no tenía plata, no podía ir a la ciudad a cobrar el bono”, dijo Anchumir Tentets, que vive en Kusutkao, refiriéndose a un subsidio gubernamental.

Encontrar una alternativa era vital para los indígenas. Una antigua leyenda achuar, combinada con la ayuda de un profesor estadounidense que estaba de visita, los condujo a la solución: una canoa que funcionaba con la fuerza del sol.

En 2009, un joven estadounidense llamado Oliver Utne llegó a Yutzuintza, otra comunidad achuar, como parte de un programa de enseñanza del inglés, ahora desaparecido, destinado a ayudar a los indígenas a crear un negocio turístico local.

Utne, de 39 años, se encontró inmerso en un mundo donde el tiempo transcurría lentamente, donde el amanecer comenzaba con el ritual de las wayusadas, conversaciones matutinas que seguían a la ingesta comunitaria de una infusión sagrada amazónica elaborada con la planta wayusa, conocida por sus propiedades depurativas.

También aprendió sobre la mitología achuar y escuchó historias sobre una anguila eléctrica mística, conocida como tapiatpia en la lengua achuar, que transportaba a los seres que vivían bajo la superficie del río.

Utne regresó finalmente a Estados Unidos, donde se formó como técnico de energía solar. Más tarde decidió volver a la Amazonía ecuatoriana con una idea: ¿y si los achuar construyeran su propia tapiatpia moderna, una canoa propulsada por energía solar?

Así que los achuar y Utne crearon una organización no gubernamental, Kara Solar, para adaptar las canoas impulsadas por energía humana que los indígenas habían inventado y utilizado durante mucho tiempo.

En 2017, tras años de planificación, se botó el primer barco solar, que emprendió un viaje de 1800 kilómetros desde Coca, Ecuador hasta Iquitos, Perú, antes de regresar al territorio achuar.

La comunidad achuar cuenta ahora con otros nueve barcos solares que operan en Ecuador, Perú, Brasil e incluso en las Islas Salomón, con el objetivo de botar 250 más en los próximos cinco años.

Aun así, ha habido desafíos. Los motores, diseñados en Alemania y Estados Unidos, han tenido problemas para navegar por los ríos del Amazonas, que pueden producir corrientes inesperadas, retroceder durante la estación seca y estar a menudo llenos de árboles caídos y otros obstáculos.

“Falla la más mínima cosa y todo el barco deja de funcionar”, dijo Utne.

Mientras que algunos achuar aceptaron las canoas solares, otros se mostraron escépticos. Las embarcaciones diésel, a pesar del ruido y la contaminación, siguen siendo más rápidas, lo que supone una ventaja significativa en la vida cotidiana. “Las comunidades tienen muchas necesidades y necesitan soluciones reales”, dijo Granda, el prefecto provincial.

Pero los achuar que apoyan las embarcaciones solares están tratando de persuadir a los miembros más escépticos para que adopten un medio de transporte más limpio, y Kara Solar está rediseñando las embarcaciones diésel para que también puedan funcionar con energía solar.

Utne fundó una empresa, Motores Amazonas, que colabora con los achuar para desarrollar motores más fiables que los motores importados que se utilizan actualmente.

Granda, el líder provincial, dijo que podría haber abogado por la construcción de más carreteras. Pero en otras comunidades indígenas, según él y otros, las carreteras han traído drogas y alcohol que han devastado a las tribus locales.

“No queremos carreteras”, dijo Nantu Canelos, presidente de Kara Solar. “Las carreteras destruyen las comunidades”.

El objetivo final es ambicioso: convertir el río Capahuari, una de las vías de tránsito más importantes de la región achuar, en una vía navegable alimentada con energía solar. Los achuar afirman que la creación de una red de transporte sostenible es una forma de tomar el control de su propio futuro, combinando las tradiciones ancestrales con soluciones modernas.

Los barcos solares, según Granda, son un paso fundamental “para decir ‘mira aquí hay un territorio verdaderamente preservado’”.

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