Si existe algo verdaderamente difícil de recuperar en la vida de cualquier persona o grupo es la confianza, la cual es fundamental para la seguridad tanto de las relaciones sociales que se establecen como de la comunidad y la sociedad en general. El término confianza es sinónimo de esperanza, fe, certidumbre, credulidad, creencia, tranquilidad, así como también es un principio directamente vinculado a la toma de decisiones, el ánimo y el empuje que puede tener un individuo a lo largo de su vida. La confianza es pues una condición sine qua non para la estabilidad emocional y social, básica entonces para el logro de una convivencia pacífica.
Sin embargo, la confianza no es algo sencillo de alcanzar, ya sea para tenerla en algo o alguien o bien, generarla a otras personas. Implica en si misma una serie de preceptos que constituyen la ética de un individuo o colectivo, así como también la seriedad y el prestigio de cualquier institución pública o privada. Ser una persona, un grupo o una institución que goza de la confianza de los y las demás, representa el haber logrado un comportamiento probado, lo que se dice en el argot popular, “predicar con el ejemplo”, una consistencia y una coherencia entre el decir y el hacer, el mantenimiento de la palabra en los hechos.
En el ámbito público, la confianza es determinante en el éxito o fracaso de los partidos políticos, gobiernos y demás instituciones que asumen diversos compromisos con los distintos sectores de la población. Al no cumplirse con lo prometido, la confianza se va perdiendo a la par de la legitimidad de las propias figuras políticas y los proyectos que un día fueron esperanza comienzan a fracasar estrepitosamente, dando paso a dos de las mayores lacras de la política: la demagogia y el autoritarismo.
Por otro lado, en el sector privado la confianza adquiere otros matices, pues en el Mercado los compromisos y las responsabilidades se diluyen en la corriente de las transacciones y los negocios. Todo dependerá de la calidad del producto o servicio ofrecido, lo que se valora en la experiencia del cliente. Por lo tanto, en la industria y el comercio la confianza no depende de las personas sino primordialmente del producto o servicio que se consume. Ahora bien, así como existen innumerables tipos de productos, también se ofrecen cada vez más una enorme cantidad de servicios, muchos de ellos hoy novedosos además de los ya clásicos y sempiternos como los ineludibles servicios funerarios y crematorios.
Este tipo de servicios que tienen que ver con el culmen de la vida, es decir, la muerte y todo el ritual fúnebre que le rodea, por el carácter escatológicamente humano que le envuelve, ha sido percibido como uno de los de mayor proximidad con la gente, un servicio que además de prestar todas las condiciones para la última despedida de algún familiar, ofrece la posibilidad de que se puedan mantener los restos de quienes fueron seres de gran querencia e importancia para nosotras y nosotros. Poder conservar las cenizas de nuestros difuntos es un símbolo humano de la memoria, el recuerdo y el amor o cariño por quienes ya no están en vida. Hacer negocio con esto es inexcusablemente una enorme responsabilidad y representa un elevado compromiso de quienes ofrecen este tipo de servicios. De alguna manera se lucra con los sentimientos de tristeza, nostalgia, desolación, frustración, etcétera, de quienes han perdido un ser querido y desean mantener de ellos al menos sus restos en cenizas. La confianza en estos servicios es entonces medular, algo que se da por añadidura, un servicio del que difícilmente se pondría en tela de juicio su seriedad, es decir, su compromiso y responsabilidad.
Luego de descubrirse más de 300 cuerpos sin cremar en un lugar clandestino de nuestra lastimada Ciudad Juárez, como parte de las prácticas ruines y mezquinas de quienes al ofrecer servicios crematorios han mentido y traicionado a sus clientes, el tema de la confianza en nuestra urbe ha sufrido otro duro golpe. El hecho de ya no poder confiar ni siquiera en estas empresas abona considerablemente una gran incertidumbre a una población profundamente lacerada en su tejido social, aumentando con ello la ya de por sí alta desconfianza ciudadana que persiste desde que la violencia e inseguridad acecharon nuestra frontera. Desconfiar de todo y de todos parece ser ahora un principio constitutivo de toda persona y una especie de garante de la seguridad personal. El escepticismo ha permeado en nuestra sociedad juarense y se le valora hoy como principio precautorio.
Cabe preguntarse si estamos interesados en recuperar la confianza entre nosotros como ciudadanos, como vecinos, como clientes y como individuos. O será que el hecho de confiar en los demás ya no corresponde a nuestra época y solo es parte de discursos políticamente correctos de instituciones públicas y privadas, sin la más mínima intención de que la palabra trascienda en los hechos. Al final de cuentas todo dependerá de nuestra integridad como personas.