Hay una cama con mantas color perla y una mesa de madera con el nombre de Francisco grabado en la cubierta. Frente a una de las sillas, un juego de platos está acomodado como la tarde del 17 de febrero de 2016, cuando el Papa hoy fallecido comió ahí un menú a base de pechuga de pollo y vegetales.
Es el salón del Seminario Conciliar de esta frontera que, en aquella visita histórica, fue acondicionado como comedor y que, a la fecha, es un museo que contiene más de 50 objetos utilizados en los diversos actos del Sumo Pontífice en Ciudad Juárez, como sillas, atriles y reclinatorios.
La mayoría es en tonos blancos, y algunos tienen el escudo y el lema de su pontificado: “Miserando atque eligendo”, o “por misericordia y por elección”, escrito bajo un sol bordado como emblema de la orden jesuita a la que perteneció el argentino que, recordó ayer el sacerdote David Hernández, vino a Juárez a poner la mirada en la población más desprotegida.
“Centró su mirada en las periferias, tanto existenciales como las periferias de los pobres, los migrantes, las víctimas de la violencia, los trabajadores, y que fue lo que realizó aquí en Juárez”, dijo Hernández, encargado de la Pastoral de los Medios de Comunicación de la Diócesis local.
“A los presos les recordó que siempre hay una nueva oportunidad para salir adelante, para cambiar (…) Y, en el mundo del trabajo, recordó a los trabajadores que hay que darle tiempo a la familia, que hay que buscar siempre trabajos dignos y, bueno, a los empresarios les hizo un fuerte llamado a no ser esclavistas, que creo que fue de lo más fuerte que les dijo, que se involucraran con sus trabajadores”, agregó.
El museo, explicó Hernández, se instaló en 2017 con el fin de dar acceso a los creyentes a la memoria histórica de aquella visita, y quienes acudan encontrarán, además, una imagen de cartón del pontífice sonriente, de tamaño natural y rodeado del mobiliario.
El nombre grabado en la mesa fue cubierto con manteles y sólo mencionado al Papa en su visita, dice Hernández, porque “era muy muy humilde y no le gustaban las cosas en honor a su persona, pero lo hicieron con mucho cariño las personas que lo donaron y se le dijo que tenía un detalle con su nombre y estuvo muy agradecido también”.
Una letra diminuta que sólo dice “Francisco” es la firma que aparece al calce de la carta enviada en 2021 al obispo José Guadalupe Torres, y en la que el hoy fallecido recuerda la misión geopolítica de su estancia.
“Conservo vivo el recuerdo de mi visita a esa ciudad de frontera y la celebración de la Eucaristía, en la que rezamos juntos como Pueblo de Dios que vive su fe en esas circunstancias límites. Muchos migrantes, en particular de Centroamérica, se concentran allí llenos de esperanza para poder pasar ‘al otro lado”, dice la misiva enmarcada y colocada también en exhibición.
“Ante esa crisis migratoria, que se extiende a todo el planeta, no podemos callar: son hermanos y hermanas nuestros que se han puesto en camino a causa del hambre, la pobreza, la guerra… y que buscan esperanza en una nueva vida, una esperanza que no les podemos robar, sino trabajar junto a ellos para lograrla, favoreciendo todos los modos precisos para que puedan hallar la dignidad que van buscando”, agrega el texto.

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