Mientras la temporada agrícola avanza bajo temperaturas extremas en el sur de Nuevo México y Texas, un clima de temor se extiende entre los trabajadores del campo. Carlos Marentes, dirigente de la Central de Trabajadores Agrícolas Fronterizos con sede en El Paso, alza la voz frente a lo que califica como una ofensiva sistemática contra quienes alimentan al país.

“La política migratoria del ex presidente Donald Trump ha desatado una tormenta sobre los campos agrícolas”, denunció Marentes, al referirse a los operativos de detención encabezados por ICE, que no han cesado a pesar de los recientes ajustes anunciados desde la Casa Blanca. “Trump no dijo que iba a parar las redadas, solo que las iban a rediseñar. Pero mientras tanto, el miedo ya se ha sembrado”.

El líder campesino relató casos recientes en California donde, tras un operativo migratorio, los jornaleros dejaron las herramientas y abandonaron los cultivos.

Algo similar ocurrió la semana pasada al sur de Las Cruces, donde la simple circulación de patrullas migratorias provocó un ausentismo total en uno de los campos.

“Se paralizó el campo por tres días”, explicó, “no porque no hubiera trabajadores, sino porque tuvieron que irse a otro lugar, huyendo del riesgo de ser detenidos”. Según Marentes, este patrón de movilidad forzada está afectando seriamente la continuidad de las cosechas, en un sector agrícola que no puede permitirse pausas prolongadas.

Organizaciones agrícolas de peso, especialmente en el oeste del país, están comenzando a manifestar preocupación por la pérdida de trabajadores. “Esas mismas asociaciones que financiaron la campaña de Trump ahora presionan para que las redadas no toquen sus intereses. Ahí está la hipocresía: se criminaliza al trabajador, pero no al patrón que lo contrata”, reclamó.

Marentes recordó que la ley contempla sanciones para los empleadores que contratan personas sin documentos, pero esas medidas rara vez se aplican. “No van a tocar a los capitalistas que sostienen al sistema político. Ellos son intocables”, criticó.

Dependencia estructural

La dependencia de esta mano de obra es innegable. Según cifras oficiales, entre 2.5 y 3 millones de personas integran la fuerza laboral agrícola, y al menos el 46% carece de estatus migratorio legal. “Quiten ese porcentaje y se cae la economía agrícola”, advirtió. “Una economía que mueve 3.5 billones de dólares al año y que se sostiene en gran medida por el trabajo mexicano”.

La realidad en el campo es dura. En el Valle de El Paso y Doña Ana, gran parte de los trabajadores están asentados en las comunidades locales. “Muchos tienen años viviendo aquí, son parte del tejido social”, comentó Marentes.

Otros llegan con visas temporales H-2A, pero la mayoría sigue siendo indocumentada. “No importa su estatus. Sin ellos, la cebolla no se recoge, el chile no se empaca, las frutas no llegan a los supermercados”.

El dirigente apuntó que el discurso antiinmigrante choca con la dependencia estructural que tiene el país de esta mano de obra. “Nos llaman invasión, pero sin nosotros no hay comida en la mesa. Eso es lo que no quieren aceptar”.

Llamado a la protección

Marentes instó a los trabajadores a estar vigilantes, protegerse y, sobre todo, no permitir que sus derechos sean pisoteados. “Las redadas pueden ser legales, pero no son inevitables. Si los patrones no dejan entrar a ICE sin una orden, eso ya es un paso. La tierra es propiedad privada”.

Pidió a los agricultores que actúen con responsabilidad y protejan a sus trabajadores. “Si tanto les preocupa la estabilidad, que se la jueguen por quienes les generan ganancias. Pero también los trabajadores deben asumir que tienen derechos, incluso sin papeles”.

Con una economía agrícola tan dependiente de los migrantes, Marentes advierte que cualquier política basada en el miedo y la exclusión es insostenible. “El trabajador agrícola no es un enemigo del país. Es su columna vertebral. Y es hora de que eso se reconozca”.

Para los agricultores, la creciente tensión entre seguridad migratoria y estabilidad laboral pone en entredicho el modelo agrícola estadounidense, revelando que tras cada fruta cosechada hay una historia de lucha, resistencia y, muchas veces, invisibilidad.

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