Durante el primer mandato del Presidente Trump, las acciones volaron alto gracias a la creencia de que siempre revertiría las políticas que provocaran una ola de ventas. Ahora, la Administración presenta un argumento mucho más difícil: que incluso si los aranceles y los recortes presupuestarios causan un periodo de caos, se podrán obtener ganancias inesperadas después.
El problema es que no hay mucha evidencia que haga creer eso a los inversionistas. De hecho, estas opiniones se acercan al enfoque «liquidacionista» históricamente propugnado por los economistas del laissez-faire, y más tristemente célebremente asociado con el secretario del Tesoro del ex Presidente Herbert Hoover, quien le aconsejó dejar caer la economía.
El S&P 500 ha perdido 8.2% en el último mes, y el Nasdaq, con un fuerte componente tecnológico, ha caído 11.2%. Ambos índices han sufrido retrocesos particularmente pronunciados esta semana, después de que Trump se negó a descartar una recesión este año. El sector de consumo discrecional del S&P 500, que incluye industrias económicamente sensibles como fabricantes de automóviles, minoristas y cadenas hoteleras, ha retrocedido 14.2% en un mes.
Mientras tanto, las acciones europeas -particularmente en Alemania- se ven impulsadas por las autoridades, que están abandonando las políticas de austeridad y buscando derrochar en infraestructura y defensa.
Por el contrario, Trump y sus asesores están concentrados en recortar la fuerza laboral federal y reducir el gasto para atajar el enorme déficit presupuestario del Gobierno, que en el 2024 ascendió a más del 6% del producto interno bruto. Scott Bessent, el Secretario del Tesoro, ha hablado de la necesidad de que la economía sea sometida a un «periodo de desintoxicación» del estímulo fiscal.
Por supuesto, la Administración también ha impuesto grandes aranceles a las importaciones canadienses, mexicanas y chinas, y ha amenazado con imponer aranceles a muchas más.
Estas medidas marcan una clara ruptura con los aranceles de Trump de hace ocho años, que se implementaron lentamente y sólo después de fuertes recortes fiscales que impulsaron el crecimiento. Durante ese periodo, Trump también se mostró ansioso por llegar a un acuerdo con China para desactivar las tensiones comerciales que habían provocado caídas en el mercado.
Tanta era la convicción de que Trump quería proteger al mercado de las caídas que los operadores comenzaron a llamarlo el «Trump put», denominado así por un contrato de opciones que puede proteger al operador de pérdidas a la baja.
Pero en una entrevista reciente con la cadena CNBC, Bessent afirmó que los inversionistas de capital deben dejar de pensar en un «Trump put» y acoger en su lugar un «Trump call». Es decir, apostar a que las acciones experimentarán un repunte una vez que se elimine del sistema la designación errónea de recursos.
La teoría cuenta con algunos adeptos en Wall Street: en una nota de investigación enviada a sus clientes el lunes, economistas de Morgan Stanley argumentaron que el dolor a corto plazo para los mercados bursátiles podría verse compensado con una ganancia a más largo plazo para fines de este año y principios del próximo, a medida que la transición del gasto público al privado impulsa un repunte generalizado que depende menos de unas cuantas megacorporaciones tecnológicas.
Es cierto que el reciente aumento en los márgenes de ganancia en EU a máximos casi históricos tiene mucho que ver con el Gobierno. Un análisis de las cifras oficiales sugiere que casi el 60% de las ganancias corporativas generadas entre el 2022 y el tercer trimestre del 2024 pueden atribuirse al gasto y la inversión del sector público.
Esto se debe a que, para que el sector corporativo en conjunto genere ganancias, alguien en la economía debe gastar más de lo que gana. Esto puede deberse a que las personas agotan sus ahorros, pero rara vez ocurre: los hogares no suelen gastar todos sus ingresos y, por lo tanto, representan una pérdida de ganancias. El gasto neto también puede provenir de la inversión corporativa, que ha sido estructuralmente más débil desde principios de siglo, y de las exportaciones netas -aunque Estados Unidos tiene un gran déficit comercial. Recientemente, por lo tanto, la principal fuente de esta demanda adicional en Estados Unidos ha sido el déficit público.
De hecho, esta dependencia reciente del Gobierno es menor que el nivel promedio posterior a la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo es la década de 1980, cuando Ronald Reagan implementó su programa de recortes de impuestos, desregulación y fortalecimiento de la defensa: prácticamente todas las ganancias obtenidas por las empresas en ese entonces podían explicarse por un déficit presupuestario más amplio, dejan entrever los datos de ingreso nacional.
Sin duda, las economías pueden tener otros motores: en la década de 1990, las propias corporaciones generaron una bonanza de ganancias gracias a su afán por invertir en equipo computacional. En la década del 2000, los hogares sí gastaron más de lo que ganaban gracias a las hipotecas fáciles y al crédito al consumidor. Pero estas economías no estaban «equilibradas»: condujeron a la burbuja punto com y la crisis financiera mundial.
Por supuesto, la amarga medicina de recortar el gasto público no impulsará por sí sola el gasto en otros sectores, mucho menos en aquellos que no cuentan con la protección de las reservas de efectivo de las grandes empresas tecnológicas.
¿Podría la Administración Trump factiblemente impulsar un auge más sostenido de la inversión interna mediante sus esfuerzos por relocalizar la producción, particularmente si se reduce el amplio déficit comercial de Estados Unidos? Posiblemente, pero sus erráticas políticas arancelarias a la fecha son un instrumento deficiente para lograrlo, ya que sólo reducen los incentivos para la inversión al aumentar la incertidumbre.
No son sólo las políticas liquidacionistas radicales implementadas después de la Gran Depresión las que tienen un historial negativo: las medidas de austeridad también fracasaron en Grecia y la mayoría de los países europeos tras la crisis del euro. Como mucho, frenar bruscamente una economía en auge puede servir para sacar a los países de las espirales inflacionarias, como Javier Milei ha comprobado recientemente en Argentina.
Sin embargo, actualmente son los aranceles de Trump los que corren el riesgo de avivar la inflación, lo que dificulta que la Reserva Federal amortigüe cualquier impacto bajando las tasas de interés.
Los inversionistas claramente no están favorablemente impresionados con el giro liquidacionista de la política. Se les puede perdonar que piensen que la opción call de la Administración Trump caducará sin valor. (Jon Sindreu / THE WALL STREET JOURNAL)