Nueva York— Después de que los hombres que elegirán al próximo pontífice se encerraron ayer miércoles en la Capilla Sixtina, sin teléfonos móviles, sólo quedaba esperar a que enviaran una señal al mundo exterior. Una señal de humo.
La votación altamente secreta comenzó en el interior de la que posiblemente sea una de las bóvedas más seguras del mundo a primera hora de la tarde, y los 133 cardenales encargados de decidir quién será el sucesor del Papa Francisco escribieron a mano los nombres de los candidatos en las tarjetas de votación, intentando disimular su letra.
Afuera, en la Plaza de San Pedro, miles de fieles, curiosos y veraneantes se reunieron para esperar la noticia de si los cardenales habían logrado elegir a un sucesor Papal. La noticia llegó a las 9:00 de la noche, en forma de un humo negro que salía de una chimenea que fue instalada la semana pasada en el tejado de la capilla.
Si el humo hubiera sido blanco, habría significado que los cardenales eligieron al nuevo pontífice en una sola ronda de votaciones, una hazaña que no se había visto en siglos.
Pero el humo negro, creado cuando las papeletas de los cardenales se incineran en una estufa de hierro fundido, significa que tendrán que volver a intentarlo.
“Tenemos frío, hambre y sed, pero no podemos movernos”, dijo Peter Mangum, de 61 años y sacerdote de la Iglesia de Jesús, el buen pastor, en Monroe, Luisiana. Él y otros tres sacerdotes llevaban unas siete horas en la plaza, y era la cuarta vez que el padre Mangum esperaba noticias de un nuevo Papa.
Estuvo en el mismo lugar durante las elecciones de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, y no iba a moverse hasta conocer las noticias del miércoles. “Teníamos que asegurarnos de que el humo era negro”, dijo.
Se necesitaron dos días para elegir al Papa Francisco en 2013 y a Benedicto XVI en 2005. Ningún cónclave de los siglos XX o XXI ha durado más de cinco días.
En una época en la que las noticias viajan de manera instantánea por todo el mundo, la espera, que requiere paciencia, en la Plaza de San Pedro es un ritual que se remonta al siglo XIX.
Para algunos, la ansiedad era intensa. “Creo que hay más nerviosismo entre la gente de afuera que entre los propios cardenales”, dijo Tania Radesca, quien llegó a la plaza a la 1:00 de la tarde.
Radesca, quien es venezolana, se había ofrecido como voluntaria para ayudar durante el Jubileo, un año de peregrinación que se celebra cada 25 años, y llegó a Roma hace poco más de un mes. Estuvo en la Plaza de San Pedro el Domingo de Pascua y vio por última vez al Papa Francisco en su Papamóvil.
El pontífice murió un día después.
Quienes llegaron temprano para conseguir sitio en las barricadas más próximas a la parte delantera de la Basílica de San Pedro pusieron banderas de sus países de origen a lo largo de las barreras, y se hicieron amigos mientras se instalaban. Otros acamparon sobre tapetes de yoga o mantas de picnic.
Muchos hicieron un largo viaje, exclusivamente por el cónclave. Rodrigo Pinto, de 43 años, instructor de karate jubilado, voló 23 horas desde Guatemala, aterrizó el martes por la tarde, y el miércoles se dirigió directamente a la Plaza de San Pedro para poder esperar la primera señal de humo.
Pinto, que tenía un rosario, dijo: “Quiero formar parte de algo que siempre he visto en la televisión, en documentales, en Internet”. Después de estar bajo la lluvia por la mañana y bajo el sol ardiente por la tarde, dijo: “Hace tres horas era como el infierno. Lo siento, San Pedro”.
En una oficina de correos de la plaza, Jennifer Raulli, de 54 años, escribía postales a sus hijos universitarios en Estados Unidos. Estaba en Roma de vacaciones con una de sus hijas, quien acababa de licenciarse en la Universidad Cristiana de Texas, y había conseguido entradas para ver la misa del Papa Francisco el miércoles. En vez de eso, llegaron a la plaza para esperar el humo que podría anunciar al hombre que lo sustituirá.
“Van a ser un par de horas largas, pero no me lo perdería”, dijo Raulli, quien viajó desde Pasadena, California.
Se reúnen los candidatos
El día de espera comenzó a las 10:00 a.m., cuando Giovanni Battista Re, el enérgico decano del Colegio Cardenalicio, de 91 años, presidió una misa en el interior de la Basílica de San Pedro e imploró a los cardenales votantes que eligieran “a un Papa que sepa despertar mejor las conciencias de todos y las energías morales y espirituales de la sociedad actual”.
Mientras los cardenales se hacían el saludo de paz durante el oficio, el cardenal Re abrazó al cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano con Francisco, y considerado uno de los principales candidatos a sucederle. Un micrófono captó al cardenal Re deseándole lo mejor al cardenal Parolin.
El cardenal Matteo Zuppi, otro posible candidato que apareció con un nuevo corte de pelo, estrechó calurosamente las manos de sus compañeros. El cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella y también considerado como un aspirante Papal, se detuvo para rezar ante el relicario que contiene los restos del Papa Juan XXIII, héroe para muchos católicos liberales por sus esfuerzos para modernizar la Iglesia.
Llegan a la Capilla Sixtina
Tras almorzar en la Casa Santa Marta, el lugar dentro del Vaticano donde se alojarán los electores durante todo el cónclave, los cardenales se dirigieron a la Capilla Sixtina. Al entrar en la capilla, entonaron las Letanías de los Santos, mientras un coro invocaba inquietantemente los nombres de los santos. Los cardenales respondían con “Ora pro nobis” (que en latín significa “Ruega por nosotros”). Afuera, en la plaza, muchos espectadores de las grandes pantallas de video que flanquean la basílica se balanceaban y se hacían eco del canto de los cardenales.
Dentro de la Capilla Sixtina, se pusieron etiquetas con los nombres de los cardenales en las largas mesas donde votarían. Francisco nombró a muchos más cardenales que sus dos predecesores, algunos de países alejados del Vaticano, y muchos de los electores Papales –y potenciales Papas– no se conocen entre sí.
Hacia las 5:45 p.m., el arzobispo Diego Giovanni Ravelli, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, anunció “extra omnes”, frase latina que significa “todos afuera”. Las gigantescas puertas de madera se cerraron, dejando a los 133 cardenales electores –los menores de 80 años– encerrados adentro.
Los cardenales no podrán salir del Vaticano hasta que una mayoría de dos tercios se ponga de acuerdo sobre el próximo pontífice. Están prohibidos los teléfonos, Internet, la televisión y cualquier contacto desde fuera de los muros vaticanos, una costumbre impuesta para evitar que el proceso se alargue.
El cónclave comenzó 16 días después de la muerte de Francisco, el 21 de abril.