Las superpotencias del mundo se reunieron en 1945 en el puerto de Yalta, en el mar Negro, para repartirse Europa tras la derrota de la Alemania nazi. Trazaron líneas en el mapa que desgarraron países, esencialmente entregaron Europa del Este a la ocupación soviética y desmembraron Polonia. Y ninguno de esos países estuvo representado ni tuvo voz ni voto.

Mientras el presidente Donald Trump se prepara para reunirse con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el viernes en Alaska, se habla cada vez más —y crece la ansiedad— entre ucranianos y europeos sobre un segundo Yalta. No está previsto que estén presentes, y Trump ha dicho que planea negociar “intercambios de territorios” con Putin sobre tierras ucranianas.

“Yalta es un símbolo de todo lo que tememos”, dijo Peter Schneider, novelista alemán que escribió El saltador del muro, sobre la división de Berlín. En Yalta, el mundo mismo se dividió y “se entregaron países a Stalin”, dijo. “Ahora vemos que Putin quiere reconstruir el mundo tal como era en Yalta. Para él, empieza con Ucrania, pero ese no es su fin”.

Yalta, en la misma Crimea anexionada por Rusia, se ha convertido en un símbolo de cómo las superpotencias pueden decidir el destino de otras naciones y pueblos. “Es un momento clave, en el que el mundo europeo está dividido en dos y el destino de los europeos del Este está encerrado sin posibilidad de decir nada”, dijo Ivan Vejvoda, politólogo serbio del Instituto de Ciencias Humanas, una institución de investigación de Viena.

“Por supuesto, el mundo actual es diferente, pero se están tomando decisiones en nombre de terceros países para los que se trata de una cuestión existencial”, dijo Vejvoda.

La perspectiva de que las grandes potencias puedan decidir el destino de un tercer país que no está presente es “un trauma nacional en la mayor parte de Europa Oriental, incluida Estonia”, dijo Kadri Liik, experto en Estonia y Rusia del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Ese miedo está siempre cerca de la superficie, el miedo a que alguien nos venda o venda a Ucrania y eso sea el inicio de un proceso mayor”.

Los objetivos declarados de Putin no terminan con Ucrania. Como revisionista que quiere trastocar el orden actual, ha dejado claro que quiere que la OTAN ponga fin a cualquier expansión, retire sus soldados de cualquier país que se haya incorporado después de 1997 —incluidos todos los países que habían estado bajo ocupación soviética y se convirtieron en miembros a partir de 1999— y negocie una nueva “arquitectura de seguridad” en Europa que reconozca la antigua esfera de influencia soviética. Quiere dividir a Estados Unidos de Europa, si puede, para debilitar o destruir la relación transatlántica creada tras la Segunda Guerra Mundial.

La reunión de Yalta de las tres “grandes potencias” —el Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos— tuvo lugar en febrero de 1945, después de que Francia y Bélgica fueron liberadas y la derrota de Alemania fue inevitable. A la cumbre le siguió una conferencia en Potsdam, Alemania, en julio, que reconfirmó la división de Europa en las esferas occidental y soviética.

Tanto Franklin D. Roosevelt como Winston Churchill estaban enfermos y agotados. Muchos en Europa Oriental llegaron a creer que los dos hombres se habían dejado engañar por las promesas de Iósif Stalin de que permitiría elecciones libres en los países ocupados por el Ejército Rojo.

“Yalta ha pasado a la historia por muchas cosas, pero se convirtió en una palabra sucia en Europa Oriental y especialmente en Polonia”, ya que un tema principal de la conferencia fueron sus nuevas fronteras, dijo Serhii Plokhii, profesor de historia ucraniana en Harvard y autor de numerosos libros sobre la Guerra Fría, entre ellos Yalta: The Price of Peace.

Charles de Gaulle tampoco fue invitado a Yalta, señaló Plokhii. “Aquí vemos claros paralelismos entre De Gaulle y Europa y Polonia y Ucrania”, dijo. Las principales potencias europeas también han quedado fuera de la cumbre de Alaska y tienen previsto debatir la reunión virtualmente el miércoles con Trump y el vicepresidente JD Vance.

Por supuesto, hay claras diferencias, dijo Plokhii. Stalin era problemático pero un aliado, que había sido decisivo para derrotar a los nazis. Roosevelt y Churchill hacían lo que podían “para mejorar la situación de los territorios ya ocupados por el Ejército Rojo”.

No renunciaban a territorios que los aliados tenían en su poder ni negociaban sobre el gobierno de Francia, como quería Stalin, dijo. “Así que no hubo concesiones reales sobre territorios que no estuvieran ya controlados por la Unión Soviética”. Y ni Washington ni Londres querían ampliar la guerra para expulsar a los soviéticos, aunque más tarde Churchill ordenó que se hicieran planes de contingencia para tal conflicto.

Para Timothy Snyder, historiador de Ucrania y la Guerra Fría, la cumbre de Alaska es “moralmente menos defendible” que la de Yalta porque Putin no es un aliado, como lo fue Stalin. “Aunque gobernaba un sistema terrible y oprimía mientras liberaba, los soviéticos acababan de cargar con el peso de la guerra en Europa, por lo que era inevitable discutir con ellos un acuerdo al final de la guerra”, dijo.

Pero para Snyder, profesor de la Escuela Munk de Asuntos Globales y Políticas Públicas de la Universidad de Toronto, hay una diferencia crucial con Yalta. Ahora es Rusia, y no la Alemania nazi, la que “lleva a cabo una guerra no provocada y todas sus atrocidades”. Rusia “no es un socio ambiguo que ayudó a terminar la guerra, sino que empezó la guerra”.

Que Trump se implique y negocie con Putin, algo que el expresidente Joe Biden se mostró reacio a hacer, es fácilmente defendible porque Rusia es un combatiente. Pero también lo es Ucrania, argumentan los críticos, y el presidente Volodímir Zelenski debería estar allí, aunque Putin afirme que lo considera ilegítimo y a Ucrania artificial.

Hoy, dijo Plokhii, Putin quiere que Ucrania le entregue territorios no ocupados por Rusia. Así que eso también saca a colación otro momento controvertido de la historia, en Múnich en 1938, cuando Neville Chamberlain acordó con Adolf Hitler desmantelar Checoslovaquia, que no estaba representada en aquellas conversaciones, lo que fue un esfuerzo vano y condenado al fracaso por mantener la paz.

“Sabemos que Churchill y Roosevelt recibieron algunas críticas por Yalta, pero fue Chamberlain quien se volvió infame”, dijo Plokhii.

La exigencia de Putin de territorio ucraniano no conquistado es también similar a la exigencia de Hitler de los Sudetes de Checoslovaquia en 1938, dijo Snyder. “Si Ucrania se ve obligada a ceder el resto del Donbás, cedería líneas defensivas y fortificaciones cruciales para su defensa, que es lo que tuvieron que hacer los checos”, dijo.

“El objetivo de Hitler era destruir Checoslovaquia”, dijo Snyder, “y el objetivo final de Putin es destruir Ucrania”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *