Ciudad de México.- Hace poco, en una tranquila mañana, Regina Llanes Granillo puso sus manos sobre el cuerpo de una madre primeriza.

Ella y otra partera comenzaron a hacerle una sobada, un masaje abdominal maya cuyo propósito es ayudar a que los intestinos vuelvan a su sitio. Con aceite tibio de lavanda y toronjil, lentamente trazó círculos por el vientre, las asas del intestino, los ovarios.

Sus manos se detenían en el ombligo, presionando ligeramente, buscando lo que ella llamaba un “latido”; un pulso psíquico que, según dijo, revelaría si la energía del cuerpo era demasiado alta o demasiado baja.

El ritual no solo era un tributo a la niña nacida meses antes, sino también a la transformación de su amiga, Kay Nicte Cisneros García, en una nueva madre: un nacimiento dentro de otro nacimiento.

Luego ató a Cisneros con rebozos y la condujo a un baño infusionado con hierbas. Estas son el tipo de prácticas de partería arraigadas en las tradiciones y conocimientos indígenas a las que recurren cada vez más mujeres en México, según dicen los expertos.

Así como en la última década ha aumentado el número de mujeres que acuden a parteras y doulas en Estados Unidos y Europa, también ha crecido el interés por ellas en México, incluyendo la capital del país, según investigadores, expertos en salud y parteras.

Aquí, las mujeres que atraviesan la maternidad, una experiencia a veces solitaria, afirman que las tradiciones ofrecen un enfoque más personal y significativo para el parto y el cuidado posparto que el que suelen proporcionar los centros de salud, clínicas u hospitales convencionales.

En México, las parteras suelen tener una postura crítica frente a la atención obstétrica convencional, argumentando que los hospitales reducen el parto y la salud de las mujeres a protocolos rígidos e intervenciones innecesarias y despojan a las mujeres de su autonomía.

Por otro lado, dijeron, la partería ofrece una práctica ancestral y holística que se enfoca en las elecciones, emociones y circunstancias de las mujeres.

El modelo médico dominante “ha abordado procesos como el embarazo, la menstruación, la menopausia como padecimientos que hay que curar, o procesos meramente físicos, cuando no lo son”, dijo Cisneros, que también es partera.

Señaló que las mujeres buscan cada vez más una atención que no solo se enfoque en el cuerpo, sino “también en las emociones, la dimensión espiritual, reconociendo el parto y la maternidad como experiencias físicas pero también culturales, sociales y emocionales”.

Hasta hace poco, la medicina moderna en México había dejado de lado las antiguas tradiciones de las parteras. Algunos médicos afirman que algunas de estas prácticas pueden ser peligrosas si sustituyen a la atención profesional de un ginecólogo-obstetra, sobre todo en embarazos complicados.

Pero incluso los profesionales de la salud escépticos reconocen que en comunidades remotas y rurales donde las clínicas, los hospitales y los servicios sociales son escasos o inexistentes, las parteras tradicionales siguen siendo trabajadoras de salud esenciales de primera línea. Según datos del gobierno, hay más de 15.000 en todo el país.

Alejandra Seligson, gineco-obstetra de Ciudad de México, reconoció el importante papel que desempeñan las parteras tradicionales, especialmente en las zonas rurales, pero advirtió que su atención tiene límites. Dijo que afecciones como la preeclampsia requieren una estrecha vigilancia en un entorno hospitalario.

Revisarse es esencial, añadió. La partería debe limitarse a los embarazos de bajo riesgo para evitar poner en peligro a las madres y a los bebés en caso de complicaciones. En las ciudades donde el tráfico puede retrasar los traslados de urgencia, los partos en casa pueden acarrear peligros adicionales.

“Cada minuto es crítico”, dijo. “El traslado rápido a un hospital puede significar la diferencia entre parálisis cerebral o no para el bebé”.

Por eso, la atención obstétrica y la partería tradicional deberían coexistir, ya que ofrecen formas de cuidado complementarias.

Amparo Calderón, de 48 años, una partera tradicional de ascendencia maya que vive en las afueras de Ciudad de México, comentó que la percepción pública, sobre todo en el extranjero, había reducido durante mucho tiempo la partería tradicional a imágenes de mujeres indígenas atendiendo partos.

“En realidad, implica muchas otras cosas, una cosmogonía y filosofía mucho más amplia y ancestral”, dijo Calderón, señalando que el número real de parteras tradicionales podría ser mayor a las cifras oficiales, ya que muchas no están registradas ante el gobierno.

Sin embargo, en años recientes la práctica ha cobrado fuerza y ha encontrado un nuevo terreno en las ciudades más grandes del país, un fenómeno que se aceleró por la pandemia.

Ante la saturación de los hospitales y el temor a los contagios, muchas mujeres embarazadas recurrieron a las parteras, quienes generalmente trabajan en casa o en centros conocidos como casas de partería. Decían que buscaban una alternativa más segura e íntima, explicó Cisneros.

Cisneros, de 26 años, se formó durante cuatro años en un centro de la capital y dijo que la partería ofrece un enfoque “más digno, amoroso y respetuoso” hacia el embarazo, el parto y la maternidad que el típico entorno clínico.

Durante la sesión de Cisneros, Llanes, de 29 años, usó palitos de artemisa seca y carbón vegetal, encendidos cerca de la piel para calentar determinados puntos, una técnica que a veces es utilizada en la medicina tradicional de otras culturas. Las parteras de México también suelen utilizar el calor de tortillas recién hechas o de rocas volcánicas calientes.

Luego vino “el abrazo del rebozo”, un ritual destinado a “cerrar” el espíritu y la energía de la mujer después de la apertura del parto.

Se colocaron siete rebozos, cada uno de ellos envolviendo y apretando una parte del cuerpo de Cisneros: las caderas eran las que se ataban con más fuerza para realinear la pelvis, explicó Llanes, añadiendo que cada rebozo tenía su propio significado.

“El abrazo del rebozo es como un abrazo que te centra y te sostiene”, dijo Cisneros, quien en junio dio a luz a su primer bebé, una niña llamada Inti. “Ayuda a cerrar todo lo que se abrió para dar vida a tu bebé”.

Las dos parteras envolvieron a Cisneros por el pecho para simbolizar un autoabrazo, “un acto de retorno”, dijo Llanes.

Las parteras dijeron que ofrecían un enfoque holístico del embarazo y el parto que contrasta con el de la medicina moderna.

A Cisneros se le dio un masaje, así como tratamientos en puntos de presión.

El “abrazo del rebozo”, un ritual destinado a cerrar el espíritu y la energía de la mujer después de la apertura del parto.

Finalmente, Cisneros fue envuelta en capas de tela, como un capullo. Lentamente, salió de los pliegues, como si ella misma volviera a nacer, porque según dijo LLanes, ninguna mujer vuelve a ser la misma después de dar a luz.

Luego vino un baño infusionado con árnica, albahaca, toronjil, caléndula, romero y otras plantas medicinales, una unción para su cuerpo y su espíritu, dijeron las comadronas.

Después de un rato, introdujeron a su hija en el agua caliente con ella, y descansaron abrazadas en silencio.

La envoltura y el baño de hierbas posparto son tan solo dos de las ceremonias que ofrecen las parteras en todo México y otras partes de Latinoamérica.

En México, las parteras suelen dividirse en tres categorías: las formadas en universidades e instituciones formales; las consideradas independientes, como Cisneros y Llanes, que se formaron en programas dirigidos por organizaciones sin fines de lucro y casas de partería, que combinan la formación obstétrica moderna con las prácticas tradicionales; y las parteras tradicionales, que utilizan conocimientos transmitidos oralmente, a menudo en lenguas indígenas.

El gobierno de México recientemente ha tomado medidas para reconocer formalmente el papel de la partería en la salud de la mujer. En marzo, emitió un decreto que reconocía formalmente el valor de las parteras en la salud de las mujeres, y señaló que establecería criterios para integrar la partería en los servicios de salud materna.

Según las parteras, mucho antes de que existieran clínicas o médicos, ellas eran las encargadas de guiar a las mujeres durante el parto, a veces salvando vidas con nada más que sus manos y su experiencia.

Antes de que comenzaran los rituales, Cisneros ofreció una oración, estableciendo la intención para las prácticas del día.

“Quiero invocar todo el amor y la gratitud que siento de saber que no estoy sola y que no que estar sola”, dijo. “Y que el apoyo de otras mujeres es lo que me sostiene y me ha mantenido a flote durante todo este proceso”.

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