Con melancolía recuerdo aquel 17 de febrero de 2016, fecha en la que hubo una gran movilización en esta localidad por la visita del Papa Francisco, nadie daba crédito a que el máximo jerarca de la Iglesia Católica hubiese decidido visitar una ciudad resiliente, que se levantaba de las cenizas y que buscaba cambiar el mote que se le había impuesto durante el período 2008-2011 como “la ciudad más violenta del mundo”.
Su visita llenó de esperanza no solo a la comunidad juarense, ya que recibimos visitas de una gran cantidad de peregrinos de todas partes del continente que, entusiasmados, hicieron de lado los calificativos que Juárez recibía y atendieron a un llamado de reunión, solidaridad y paz con el pueblo juarense.
En su arribo al Aeropuerto Internacional Abraham González, llenó de gozo a los grupos de monaguillos que ahí se reunieron y con independencia del protocolo de recepción por parte de las autoridades locales y religiosas, en su arribo se regocijó con música de los niños y jóvenes que conformaban la Orquesta y Coro Esperanza Azteca, para después trasladarse al Cereso, donde escuchó con atención lo que una interna refirió que el estar dentro de una prisión es para ella una pausa que la invita a la reflexión y a la superación.
En fin, faltarían líneas para describir todo lo que se vivió en Ciudad Juárez durante esa fecha icónica, máxime que la experiencia personal, desde el lugar del coro que cantó en la misma, me trae emociones y recuerdos que jamás se olvidarán.
Hoy, a un día de su partida, recuerdo una de las frases que el Papa Francisco llegó a expresar en reiteradas ocasiones y ante diversos foros, me refiero a: “construyamos puentes, no muros”, enfrentando las amenazas que en aquel entonces lanzaba quien actualmente repite como presidente de los Estados Unidos de América, cuya lucha se encaminó, y sigue enfocándose, en frenar el problema migratorio con la construcción de un muro fronterizo que mitigara el cruce de migrantes al vecino país.
Hoy, no solo existe el muro a que he hecho referencia, también hay bollas en los lugares donde el río Bravo lleva buena corriente de agua y dichos artefactos se encuentran hilados con alambre de navaja para impedir el cruce ilegítimo, existen barreras humanas de militares fuertemente armados que tienen órdenes precisas para el arresto inmediato de todos aquellos que intenten internarse de manera ilegal a los Estados Unidos de América, además, se presentan una serie de amenazas claras en el sentido de que, todo aquel que logre internarse ilegalmente al vecino país, será detenido como si fuese un criminal; incluso el presidente estadounidense, se atrevió a amenazar gobiernos con la imposición de aranceles, si no se logra frenar el fenómeno migratorio.
La crisis humanitaria de la cual hablaba el Papa Francisco en su visita a Ciudad Juárez, y que siguen enfrentando la mayoría de los gobiernos, lamentablemente no ha sido atendida como la ONU expresa que debe realizarse, es decir, con una respuesta coordinada entre los países que aborde las necesidades básicas, por el contrario, pareciera que se encuentra criminalizada; asimismo, la obligación internacional de garantizar las libertades y los derechos humanos, solo existe en los discursos oficiales, pues lejos de llevar a cabo la distribución de ayuda humanitaria, gobiernos como el de Estados Unidos, alimentan las tensiones con políticas represivas que restringen a aquellos que han sufrido un peregrinar para alcanzar el sueño americano y que, con todo su pesar buscan regresar a su lugar de origen a seguir viviendo de las carencias y los embates de la delincuencia que los diferentes gobiernos les ofrecen.
Actualmente, las personas migrantes, además de enfrentar esas políticas restrictivas y el nulo apoyo de los gobiernos, escuchan una serie de discursos cargados de odio y rencor dirigidos a un pueblo que ha sufrido ante la indolencia de sus dirigentes y que, a pesar de ello, se encuentra lleno de esperanza y lucha por alcanzar lo que muchos consideran “un sueño”.