Hay pactos que se construyen con visión de futuro, con ideales compartidos, con la urgencia legítima de transformar. Y hay otros, aquellos que brotan del cálculo vulgar, del interés inmediato, del miedo a desaparecer. En los pasillos del poder, en las sobremesas de los notables, se gesta una y otra vez el mismo teatro: acuerdos disfrazados de unidad, alianzas que prometen esperanza y solo ofrecen repartos de cuotas, de silencios y de traiciones. Ese es el pacto que hoy se observa en México, en Chihuahua y, sin matices, en Ciudad Juárez. Un pacto que bien podría llamarse el pacto de los idiotas.
No se trata de una ofensa gratuita, sino de una radiografía cruel pero certera. Idiota, en su raíz griega, era aquel que se desentendía de lo público, que se refugiaba en su interés privado, ajeno a la polis. Hoy, los pactos entre élites partidistas, grupos empresariales y organizaciones supuestamente ciudadanas se mueven bajo esa misma lógica: asegurar su parcela, mantener sus prebendas, controlar el tablero, aunque el país entero se venga abajo.
En nuestra frontera, el eco de esos acuerdos huecos resuena. Partidos que ayer se denostaban con rabia hoy se abrazan con cálculo. Líderes que juraron jamás mezclarse con ciertos nombres, hoy se fotografían con ellos para no quedarse fuera del reparto. Supuestos ciudadanos que critican la partidocracia en público, pero se acomodan en las planillas de quienes les ofrecen visibilidad y oportunidades.
Mientras tanto, el poder sigue operando. Pero no como lo imaginan quienes redactan los manifiestos de unidad. Porque el poder, en realidad, ya no está concentrado. El viejo modelo de hegemonía, donde un solo partido dictaba el curso del país, donde una figura presidencial lo controlaba todo, se ha fracturado en mil pedazos. Hoy, el poder se disemina: está en las redes sociales, en los mercados, en los medios de comunicación, en los movimientos sociales, en las fiscalías, en los tribunales, en los organismos de la sociedad civil. Quien no entiende eso, quien cree que una alianza electoral o un acuerdo en lo oscurito puede restaurar el control total, vive anclado en una nostalgia que ya es ruina.
El llamado «pacto de los idiotas» al que refiero es, entonces, la confirmación de un sistema que se niega a morir con dignidad. Es la imagen del viejo dinosaurio intentando bailar reguetón: torpe, desfasado, pero convencido de que sigue siendo el alma de la fiesta. En Chihuahua, como en muchas otras regiones, se observan pactos forzados entre personajes que nada comparten, excepto el miedo a perder. Pactos que se hacen sin la gente, sobre la gente, y muchas veces contra la gente.
Nuestra Ciudad es testigo de las heridas que estos pactos generar y que repiten la escena. Coaliciones «ciudadanas» que no son otra cosa que reciclajes de actores fracasados, simulaciones de pluralidad, acuerdos por debajo de la mesa. Y mientras se reparten posiciones, mientras se repiten los discursos de la alternancia y el cambio, la ciudad sigue marcada por la violencia, la desigualdad y la impunidad. Ninguna alianza ha logrado romper esa inercia porque ninguna ha querido hacerlo de verdad. Están demasiado ocupados en el cuidar su pacto.
La verdadera reconstrucción del poder no vendrá de esas alianzas huecas, sino de la reconstrucción del vínculo con la ciudadanía. Un vínculo que implica escucha, que implica renuncia, que implica aceptar que ya no se gobierna solo desde un escritorio o desde una curul. El poder real se construye en las calles, en las aulas, en los juzgados, en los hospitales, en los espacios donde se vive la realidad sin maquillaje.
Hoy, la mayor amenaza para la democracia no es el autoritarismo directo, sino el consenso estéril de quienes, en nombre de una supuesta responsabilidad histórica, pactan con todos para no rendir cuentas a nadie. El pacto de los idiotas no tiene ideología, no tiene proyecto, no tiene honor. Solo tiene miedo. Miedo al cambio verdadero, miedo a que el pueblo decida por fuera de sus estructuras, miedo a dejar de ser indispensables.
No hay peor idiotez que esa: pensar que se puede dominar lo indomable, fingir que el poder se puede encerrar entre pocos, cuando es de muchos. Las alianzas de hoy son los epitafios del poder hegemónico, testigos de una era que se extingue sin entender por qué. Quizá porque nunca escuchó.
Y quizá, sólo quizá, es momento de dejar de pactar para comenzar, de una vez por todas, a construir y dejar de lado la idiocracia.