¿Podremos vivir juntos? Se cuestionaba a finales del siglo pasado el sociólogo francés Alain Touraine, de cuya reflexión se publicó un interesante libro titulado precisamente como esa pregunta. Pero ¿por qué esta interrogante? ¿Cuáles motivos o circunstancias la propiciaron? Y ¿por qué me la replanteó ahora yo, en este breve espacio sabatino, buscando compartir una mínima respuesta con ustedes? Desde luego, las razones son varias y básicamente todas tienen que ver con un fenómeno muy puntual que cada vez se presenta con mayor recurrencia tanto en nuestra urbe fronteriza como en el mundo en general. Me refiero a los “problemas de convivencia”, de los cuales muchos, por su gravedad, llegan a ser noticia, incluso problemas públicos.
Convivir no es algo que resulte sencillo para nadie, pues exige de las partes involucradas, es decir, de los interactuantes, un esfuerzo importante de atención, escucha, paciencia y, sobre todo —lo más difícil—, compresión. En el mismo seno familiar las relaciones que se establecen con la madre, padre, hermanos y hermanas no siempre son del todo armónicas como ideal e idílicamente se esperaría. Todos y todas los juarenses hemos sido testigos directos o indirectos de los problemas de convivencia que se suscitan al interior de las familias, de los cuales muchos incluso llegan a televisarse con relativo éxito en programas que lucran morbosamente con la inestabilidad y la violencia intrafamiliar. El espacio laboral también suele convertirse en un centro de rencillas que dificultan la convivencia entre compañeros y compañeras, al igual que en el vecindario, en las relaciones de pareja y amistad, etcétera. Lo social es sin duda, complejo y problemático.
Hace muchos años, el filósofo social de origen austriaco, Alfred Schutz, disertaba acerca de lo que consideraba como “el problema fundamental de la realidad social”, que no era otra cosa más que el problema fundamental de la convivencia. De acuerdo con Schutz, “el hecho de que yo pueda definir la misma situación de manera radicalmente distinta que mi semejante conduce al problema de la realidad”. Pues bien, tanto la pregunta del sociólogo francés como la tesis de este filósofo social siguen teniendo una evidente vigencia. Es claro que aún necesitamos encontrar una mejor manera de convivir, no solo con quienes son parte de mi entorno inmediato, íntimo, como el seno familiar o mi grupo de amistades, sino con todos y todas con quienes cotidianamente me cruzo por la calle mientras camino, en el transporte público, en la avenida al conducir el automóvil, en el supermercado, etcétera.
Sin embargo, la situación actual en Juárez no es para nada alentadora, sino que parecer tornarse con mayor gravedad. Un ejemplo de ello lo observamos entre muchos casos, con lo que ha venido ocurriendo en las largas filas de espera en el cruce de los puentes internacionales aquí en nuestro municipio fronterizo. No solo se trata de aquel o aquella que intenta ahorrarse tiempo de espera metiéndose en la fila, hostilizando a los demás automovilistas que han tomado adecuadamente su lugar. No se trata sólo del típico “abusón” —coloquial y despectivamente llamado así—, que busca sacar ventaja sobre alguno que otro conductor somnoliente que se distrae y pierde su lugar injustamente, para luego lanzar una serie de improperios dirigidos al egoísta ventajoso que es lábil ante el conjunto de diatribas emanadas al son del claxon.
Lo que ha venido ocurriendo se trata de algo más que una travesura o una simple manera de “sacar ventaja” en una situación. Este tipo de acontecimientos evocan todo un esquema ético que bien puede proyectarse a cualquier otra situación que se presente en la vida cotidiana de los y las juarenses. Precisamente el buscar sacar ventaja para ganar “x” cosa, es una característica actual de nuestra dinámica sociocultural que se manifiesta en el amplio ámbito de la convivencia. Por otro lado, esto también refleja la cada vez más evidente pérdida de la paciencia en las personas. Hoy no nos gusta esperar y la paciencia ya no es distinguida como una virtud. Así, buscar sacar ventaja sobre otras y otros a toda costa, aunado a la poca o nula paciencia que manifestamos frente a los y las demás, prácticamente eliminan la posibilidad de una convivencia respetuosa. El respeto por el otro y la otra también parece extinguirse o a lo menos nos cuesta cada vez más trabajo.
Nos encontramos entonces ante un escenario de claro declive de la convivencia, donde lamentablemente nuestra ciudad ha sido testigo de varios ejemplos. La violencia desatada durante tantos años y que aún persiste en sus diferentes facetas en nuestra sociedad, es sin duda el ejemplo más nítido de ello. Sin embargo, como dijese la filósofa española María Zambrano, “de las ruinas de nuestra historia siempre surge la posibilidad de edificar algo nuevo”. En este sentido, toda esa violencia que hemos sufrido como comunidades y como sociedad, debe apuntalarnos éticamente y hacernos conscientes de la imperiosa necesidad juarense de paciencia, comprensión y respeto por los y las demás, sólo así podremos vivir juntos sin tanto problema.