Nuestra ciudad ya ha sido bastantemente golpeada por la violencia, la impunidad y la desmemoria y cuando creíamos que nada podía sorprendernos, pues nos equivocamos. Ciudad Juárez vuelve a estremecerse con una noticia que solo da rabia sino impotencia, que hiere en lo mas profundo de nuestra dignidad colectiva, 383 cuerpos sin incinerar fueron encontrado apilados en un crematorio local, todos ellos seres humanos a los que se les negó lo único que aún nos queda cuando todo lo demás este perdido: el derecho a un descanso digno.
No son cifras frías, son personas; eran madres, padres, hermanos, hijos. Eran historias que alguna vez fueron vidas. Y ahora, también, son parte de una de las escenas más macabras que hayamos visto en años. ¿Qué clase de ser humano hace algo así? (si es que se le puede llamar humano); ¿Qué pasa por la mente y el corazón de quien decide entregar cemento y cal en lugar de cenizas?, y ¿Cómo es posible que nadie se haya dado cuenta?
Esto no fue un error, no fue una falla operativa, fue un acto deliberado de misera moral, una traición ruin a las familias que, en medio del dolor de perder un ser querido, confiaron en que al menos podrían tener un cierre, un último adiós. En vez de eso, les entregaron una mentira envuelta en una caja.
Y como si eso no bastara, lo más indígnate de todo es saber (porque ya lo conocemos bien en este país) que esto no pudo haber ocurrido sin la complicidad de autoridades. Alguien tenía que saber, algún inspector, algún funcionario, algún servidor público, debió notar el desorden, la ausencia de controles y aun así decidió callar. ¿Por qué? La respuesta es la misma de siempre: por dinero. Porque aquí, desde hace mucho tiempo, hay quienes vendieron su alma al dios de los billetes. La corrupción no es solo un problema administrativo, es una enfermedad ética, y nos está pudriendo como sociedad.
Pero esta columna no es solo para señalar (aunque lo merecen todos, desde los responsables directos hasta los cómplices por omisión), también es un pequeño abrazo a las familias que hoy reviven el dolor. Para quienes descubren que no solo perdieron a alguien, sino que también les robaron la posibilidad de llorarlo con dignidad. A ustedes, madres, padres, hijos y hermanos, que confiaron en un servicio funerario y fueron traicionados, les decimos que no están solos. Que su indignación también es nuestra, que su dolor también es nuestro.
Ciudad Juárez ha sido muchas veces tierra de muerte. Pero no podemos aceptar que también sea tierra de indiferencia. No se trata solo de castigar a los culpables, que deben enfrentar toda la fuerza de la ley. Se trata también de reconstruir los hilos rotos de nuestra humanidad, de recordar, como sociedad, que la dignidad humana no termina con el último suspiro. Que a los muertos se les honra no solo por tradición, sino por justicia.
Tal vez no podamos reparar lo ocurrido. Tal vez nunca sabremos todos los nombres, ni todas las historias detrás de esos 383 cuerpos. Pero lo que sí podemos, y debemos, hacer es no olvidar. No volver la mirada, no permitir que la mezquindad siga siendo parte de la normalidad.
Ojalá esta tragedia nos duela lo suficiente como para despertar y movernos. Para exigir, para vigilar, para cambiar. Para que ningún otro padre o madre tenga que enterarse por una nota de periódico que las cenizas de su hijo eran polvo de cemento. Para que el descanso, al menos el descanso, sea sagrado otra vez.