Basta con recorrer las redes sociales o mirar las noticias locales para entender que algo nos está pasando: peleas en bares, en los puentes, fuera de los estadios, en avenidas congestionadas. Insultos a flor de piel, golpes por un estacionamiento, gritos en las filas, empujones en los antros. Ciudad Juárez se está volviendo un ring improvisado…

¿Qué está pasando con nuestra convivencia?

Lo primero es reconocerlo: vivimos estresados. En una ciudad con tráfico insoportable, violencia latente, temperaturas extremas y una incertidumbre social que nos atraviesa todos los días, el umbral de tolerancia se reduce. Muchos estamos al borde del colapso y cualquier chispa basta para encender la mecha.

Pero más allá del estrés diario, hay una descomposición social que va germinando desde lo invisible: familias rotas, jornadas de trabajo extenuantes, nula educación emocional, redes sociales que normalizan la violencia, y una ciudad que crece, pero no se abraza.

La descomposición social que observamos no es un fenómeno nuevo, pero se ha agudizado. El sociólogo Robert Putnam, en su obra Bowling Alone, describe cómo las sociedades modernas han perdido capital social: esos lazos de confianza y cooperación que sostienen la convivencia. En Juárez, este deterioro es palpable. Las redes sociales, lejos de ser un espacio de diálogo, se han convertido en un campo de batalla donde la “comentocracia” nociva amplifica el odio y la polarización. Cada tuit, cada publicación, parece alimentar un ciclo de resentimiento que trasciende lo virtual y se materializa en enfrentamientos físicos.

Desde la psicología, la empatía —la capacidad de ponerse en los zapatos del otro— es un músculo que se fortalece con la práctica, pero que se atrofia bajo el estrés constante. Cuando vivimos en un estado de alerta permanente, nuestro cerebro prioriza la supervivencia sobre la conexión humana. En Juárez, donde la incertidumbre es parte del día a día, esta desconexión se agrava. Nos olvidamos de escuchar, de entender, de ceder. En su lugar, reaccionamos con agresividad o indiferencia, perpetuando un ciclo de hostilidad.

¿Y qué hacemos con esto? No todo está perdido. La armonía social no es un ideal utópico, sino un objetivo alcanzable si trabajamos juntos. Aquí van algunas propuestas concretas para empezar a sanar el pulso roto de nuestra ciudad:

Primero, dejar de normalizarlo. No podemos seguir celebrando videos de peleas callejeras como si fueran espectáculo de TikTok. Eso que a veces parece chistoso en el teléfono, en realidad refleja que estamos perdiendo el control social.

Segundo, reconstruir la empatía. Desde los hogares, las escuelas y los centros de trabajo. Debemos hablar más de salud mental, ofrecer espacios para canalizar emociones, y capacitar en inteligencia emocional desde edades tempranas. Las autoridades locales y las organizaciones civiles deben crear foros donde los ciudadanos puedan expresar sus preocupaciones y propuestas. Iniciativas como talleres de resolución de conflictos o mesas de diálogo en colonias pueden reconstruir la confianza perdida. Escuchar al otro es el primer paso para recuperar la empatía.

Tercero, cambiar el diseño de la ciudad para reencontrarnos. Espacios de recreación real, implementar programas de bienestar, como actividades recreativas gratuitas, espacios verdes bien mantenidos y acceso a servicios de salud mental asequibles. Un parque donde las familias puedan reunirse o una clase de yoga comunitaria pueden ser pequeños antídotos contra el estrés cotidiano. Donde hay cultura, hay conversación; y donde hay conversación, hay comprensión.

Y finalmente, exigir a nuestras autoridades que no solo tapen baches o pongan cámaras, sino que inviertan en la armonía social. La paz no se impone con patrullas, se construye con política pública humana.

Juárez está enojada, sí. Pero también está viva, dolida, resistente y capaz de reconstruirse desde el corazón. Cada uno de nosotros tiene el poder de cambiar la narrativa: con un gesto de amabilidad en la fila del puente, con una palabra de apoyo en lugar de un comentario hiriente, con la disposición de escuchar antes de reaccionar. La armonía comienza con pequeños actos que, sumados, tejen una red de convivencia más fuerte

Que nuestra ciudad —que ya ha sobrevivido tanto— no se pierda ahora en sí misma.

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