El brote de sarampión que enfrenta México este año ha dejado cifras alarmantes: al 30 de junio, se habían confirmado 2,942 casos a nivel nacional, de los cuales 2,752 —más del 95 % del total— corresponden al estado de Chihuahua. En respuesta, las autoridades federales han ampliado la edad de vacunación hasta los 49 años, con el propósito de proteger a jornaleros migrantes y personas adultas sin esquemas completos.
Por su parte, Ciudad Juárez ha registrado 104 contagios, lo que representa aproximadamente el 2.9 % de los 3,504 casos confirmados en Chihuahua al 28 de julio, con municipios como Cuauhtémoc concentrando más de mil 337 contagios. También se reportaron 11 hospitalizados y 11 defunciones en el estado, mientras que en todo México suman 12 defunciones vinculadas al virus.
Frente a esta situación, las autoridades desplegaron una intensa campaña de vacunación en Chihuahua: en la última semana se aplicaron 42,146 dosis principalmente en zonas afectadas como Cuauhtémoc, y desde que inició el brote en febrero se han administrado 369,435 vacunas en total. Además, se cuenta con 6 millones de dosis disponibles y se espera alcanzar una cobertura mínima del 95 % de la población susceptible antes de noviembre, para erradicar la circulación del virus.
Estas cifras revelan una realidad contundente: el sarampión dejó de ser cosa del pasado. El foco principal, Chihuahua, concentra la gran mayoría de los contagios, pero municipios como Juárez, aunque con números mucho menores, no pueden ignorarse. La presencia del 2.9 % en Ciudad Juárez recuerda que el virus no respeta fronteras ni densidades, y cualquier vulnerabilidad poblacional puede convertirse en un incendio silencioso.
La campaña de vacunación ha sido extensa y logística, pero la prevención no puede limitarse solo a dosis: debe confluir con información clara, accesibilidad sin barreras, y una cultura de corresponsabilidad. Ampliar la edad inmunizada hasta los 49 años fue una decisión oportuna, especialmente para cubrir a jornaleros agrícolas y comunidades en riesgo. Pero ese esfuerzo debe complementarse con brigadas móviles, atención a comunidades indígenas y campaña contra la desinformación antivacunas.
La población tiene también un papel crucial: revisar la cartilla de vacunación, acudir a los centros habilitados y promover la protección entre familiares y vecinos es vital. Cada dosis aplicada no es solo una defensa individual, sino una muralla colectiva que ralentiza la cadena de transmisión.
La experiencia de otras crisis sanitarias nos enseña que cuando falla la confianza en la vacunación, resurgen enfermedades que parecían erradicadas. Este brote dejó vidas perdidas y cientos de hospitalizados. Si no actuamos con convicción, podríamos ver un retroceso duro en salud pública.
Chihuahua atraviesa hoy una prueba de contención; Ciudad Juárez forma parte de esa realidad. La única salida es la prevención masiva, informada y accesible. No basta con tener vacunas disponibles: debemos usarlas y entender que cada inyección protege a más allá de quien la recibe. La salud pública no es opcional, es una responsabilidad compartida.