Hay una frase que se repite mucho en urbanismo: “la calidad de una ciudad se mide por la calidad de sus espacios públicos”. Pero en Ciudad Juárez, esa medida se nos está encogiendo cada vez más. Y no porque falte terreno, sino porque lo que antes era de todos, hoy parece ser de unos cuantos. Solo basta con ver cómo se privatizó la plaza de la mexicanidad.

El fenómeno es silencioso. No llega con un anuncio oficial que diga “este parque ya no es suyo”, sino con cadenas, bardas, eventos “privados” y permisos que se extienden con una facilidad sospechosa. Un parque que cerraron por remodelación… y que nunca volvió a abrirse. Una plaza pública que se llena de carpas de un evento corporativo durante semanas. Una calle peatonal que, de pronto, queda invadida por mesas de un restaurante que cobra como si la hubiera construido.

Así es como, poco a poco, lo común se achica. Y mientras nos acostumbramos, dejamos de notar que esa banqueta donde jugaban niños ya es un estacionamiento improvisado, que esa cancha donde antes entraba cualquiera ahora tiene candado y vigilancia privada, o que el acceso a ciertas partes del Chamizal está bloqueado porque “es propiedad de alguna concesión”.

El argumento siempre suena razonable: “es para seguridad”, “es para mantenimiento”, “es para generar actividad económica”. Y sí, hay casos donde ordenar el uso del espacio es necesario. Pero cuando la constante es que lo público se entrega a intereses particulares, el resultado es claro: menos espacios para convivir, más fragmentación social.

Lo más grave es que la privatización del espacio público no solo roba metros cuadrados: roba comunidad. En una ciudad donde los índices de violencia y desconfianza ya son altos, los pocos lugares donde la gente podía coincidir sin pagar entrada son vitales. Si los convertimos en zonas de consumo, estamos eliminando uno de los últimos hilos que nos mantienen unidos.

Y aquí entra la responsabilidad del gobierno municipal y estatal. Porque el espacio público no se pierde por accidente: se pierde por omisión o por complicidad. Autorizar eventos que bloquean avenidas enteras por semanas, otorgar concesiones eternas sin exigir contraprestaciones, o permitir que los fraccionamientos se cierren como fortalezas, no es “desarrollo urbano”: es renunciar a la ciudad como bien común.

Recuperar lo público implica más que abrir un parque. Es legislar para que cualquier privatización temporal tenga límites claros, es obligar a que los desarrollos nuevos aporten áreas verdes reales (no jardineras decorativas), es vigilar que lo concesionado siga siendo accesible. Y, sobre todo, es entender que la ciudad no es un centro comercial, sino un espacio para vivir.

La defensa del espacio público no puede dejarse solo en manos del gobierno: nos toca a los ciudadanos exigir, vigilar y actuar.

Mapear y documentar: vecinos organizados pueden crear un registro de parques, plazas y áreas comunes, documentando cualquier cierre o restricción.

Denunciar lo irregular: si un espacio público está bloqueado sin justificación, hay que levantar la queja formal, difundirla y presionar para que se abra. Las redes sociales sirven, pero las denuncias oficiales dejan huella.

Ocupar lo que es nuestro: organizar actividades culturales, deportivas o comunitarias en plazas y parques para reforzar su uso ciudadano. Un espacio vacío es un espacio en riesgo.

Exigir leyes y reglamentos claros: presionar al cabildo para que las concesiones tengan límites, transparencia y cláusulas de reversión. Que lo prestado vuelva al pueblo y no se quede en manos privadas siempre.

Educar y concientizar: Mientras más gente entienda lo que está en juego, más difícil será que lo sigan arrebatando.

Porque si algo ha demostrado la historia es que lo que no defendemos, lo perdemos. Y si la ciudad se construyó con el esfuerzo de todos, no hay razón para que termine siendo el patio privado de unos cuantos. No es solo cuestión de metros cuadrados: es cuestión de dignidad, de comunidad y de futuro.

Si no cerramos la puerta a la privatización silenciosa, si seguimos vendiendo la ciudad pedazo a pedazo, un día nos vamos a dar cuenta de que, aunque vivamos en ella, ya no tendremos derecho a disfrutarla. Y entonces sí, un día nos encontraremos pagando entrada para caminar por nuestra propia ciudad.

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