La reciente aprobación de la Clave Única de Registro de Población (CURP) con fotografía y datos biométricos es la culminación de proyecto muy ambicioso del gobierno federal. Bajo el argumento de la modernización y la seguridad —facilitando desde trámites hasta la búsqueda de personas desaparecidas—, el Estado mexicano se prepara para consolidar la base de datos más anhelante de su historia. Rostro, huellas dactilares, iris; la identidad entera, única e irremplazable de más de 130 millones de personas, centralizada en un solo repositorio digital. Es aquí donde la advertencia del filósofo Norberto Bobbio resuena con una urgencia escalofriante. En conocido texto «El futuro de la democracia», Bobbio nos recordaba que la esencia del poder autocrático es el «poder invisible», aquel que lo ve todo sin ser visto.

El discurso oficial celebra la eficiencia. Sin embargo, la historia reciente de México es una crónica de vulneraciones y abusos de poder. La centralización de información tan sensible crea un objetivo de valor incalculable para el crimen organizado y actores maliciosos. Peor aún, otorga al gobierno un poder desmedido sobre la ciudadanía. El mismo Bobbio planteó la pregunta fundamental de toda democracia funcional: ¿Quis custodiet ipsos custodes? ¿Quién controla a los controladores?

Cuando el Estado que te vigila es el mismo que administrará tus datos biométricos, la pregunta pierde su carácter retórico y se convierte en una cuestión de supervivencia democrática. Organizaciones como la Red en Defensa de los Derechos Digitales (R3D) han alertado que este sistema carece de los controles democráticos y la supervisión autónoma necesarios para prevenir abusos, consolidando un aparato de vigilancia masiva un gran panóptico al alcance del poder político. Y es que, las promesas de salvaguardas y protocolos suenan huecas en un país donde la rendición de cuentas es la excepción y no la regla, y donde la corrupción ha demostrado ser capaz de permear las más altas esferas de la seguridad.

Este nuevo Leviatán Biométrico se alimenta ahora de la apatía ciudadana, esa que el propio Bobbio identificaba como el principal riesgo para la democracia. El ciudadano, abrumado por la inseguridad y la burocracia, puede ver en esta nueva CURP una solución simple a problemas complejos. Pero el costo es altísimo: la cesión de lo más íntimo de nuestra identidad a un poder que históricamente ha demostrado ser opaco y, en ocasiones, depredador.

El verdadero peligro no es solo la posibilidad de una filtración masiva pues lamentablemente no es noticia nueva en nuestro país, sino la normalización del control. Es la creación de una infraestructura que, con el pretexto de la seguridad, puede ser utilizada para la persecución política, la discriminación y la exclusión de quienes disienten. Sumado a ello en Ciudad Juárez se edifica la Torre Centinela que no solo vigilará las calles de nuestra frontera, permitirá un control casi total de lo que ocurre en esta herida ciudad; Esta nueva transformación de la forma en cómo vigilamos, será el recordatorio de que el ojo del poder ahora tiene la capacidad de mirar dentro de nosotros, de identificarnos, rastrearnos y, en última instancia, controlarnos. La democracia no murió entre aplausos, sino bajo por el peso de una ciudadanía que, a cambio de una falsa sensación de seguridad, entregó las llaves de su propia celda. Un recordatorio permanente de que en Juárez como en el resto del país el futuro no se construye con confianza, sino desde la sospecha.

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