Es difícil entender por qué el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere ser amigo del dictador ruso, Vladimir Putin. Aunque Trump siempre ha tenido una debilidad por los hombres fuertes, igual Kim Jong-un, de Corea del Norte, que Viktor Orban, de Hungría, y Nayib Bukele, de El Salvador. Pero lo de Putin es de otro nivel.

Las credenciales de Putin como un dictador son inequívocas. Ha gobernado Rusia con mano dura desde 1999, con pocas interrupciones, tanto como primer ministro que como presidente. La libertad de expresión está muy limitada en el país, hay prisioneros políticos –el prominente líder opositor Alexei Navalny murió en una prisión en 2024–, y además de invadir partes de Ucrania en dos ocasiones (2014 y 2022) Putin ha sido acusado de crímenes de guerra.

En marzo del 2023 la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra Putin. Lo acusan del traslado ilegal de niños desde territorios ocupados en Ucrania hacia Rusia. “Hay motivos razonables para creer que Putin tiene responsabilidad penal individual” en estos crímenes, concluyó la corte. Las acusaciones involucran a menores de edad ucranianos que perdieron a sus padres o que fueron separados arbitrariamente de sus familias. Sin embargo, cuando hace solo unos días aterrizó en Alaska, Putin no fue detenido ni esposado. Por el contrario, Trump le puso (literalmente) una alfombra roja.

Se han hecho virales las imágenes de soldados estadounidenses, hincados, colocando una alfombra roja junto a la escalerilla del avión ruso donde iba a bajar Putin en Alaska. Muchos, incluyendo al gobernador de California, Gavin Newsom, interpretaron esto como una humillación a los miembros del Ejército de Estados Unidos ante un dictador extranjero. No solo eso. El lenguaje corporal dijo mucho. Trump recibió a Putin efusivamente, llamándolo por su primer nombre, tocándolo en el brazo en varias ocasiones y permitiéndole que se subiera con él a la “Bestia” (como se le denomina a la secretísima limusina del presidente estadounidense). Imagínense lo que vio ahí dentro Putin, quien trabajó durante 15 años en la agencia rusa de espionaje (KGB).

El viaje de Putin a Alaska rompió con tres años del aislamiento impuesto por la mayoría de los países democráticos del mundo por su brutal invasión a Ucrania. El recibimiento que le dio Trump fue una reivindicación para el tirano ruso. Fue un miren cómo me trata el hombre más poderoso del mundo. Y desde luego, cuando Trump y Putin se sentaron a negociar, el ruso se sintió ganador y no cedió nada: ni territorio conquistado, ni un cese al fuego, bueno, ni siquiera una promesa de limitar los ataques a Kiev y evitar nuevos avances de las tropas rusas dentro de Ucrania. Y, como si fuera poco, se salvó también de la amenaza de sanciones.

Entiendo que la paz se negocia con los enemigos, no con los amigos. Pero Trump no tenía por qué tomar el lado de Putin. Trump les dijo a líderes europeos –tras su reunión con Putin– que él apoyaba un plan que cedería a Rusia territorios ucranianos a cambio de un acuerdo de paz, según reportó The New York Times. Eso es exactamente lo que quería Putin.

El problema es que ese plan nunca fue consultado con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, ni sería autorizado por la Constitución de Ucrania sin un plebiscito previo. Es decir, ni aunque Zelensky quisiera, podría negociar territorio por paz. Además, sería un peligrosísimo precedente para otras naciones europeas, particularmente para las que son vecinas de Rusia, como Finlandia. Europa y la OTAN necesitan de un aliado confiable en caso de un conflicto, pero las dudas brincan cuando ven cómo Trump trata a Putin.

Trump, no queda la menor duda, tiene un impresionante poder de convocatoria. En cuatro días se reunió con Putin, Zelensky y siete líderes europeos. Pero de nada sirve reunir a algunos de los principales líderes del planeta y, al mismo tiempo, promover el punto de vista de tu amigo, el agresor.

Desde luego que hay que apoyar y aplaudir cualquier iniciativa que busque el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania. Y Trump ha logrado destrabar las negociaciones. Pero Putin es el invasor, no lo podemos olvidar. Apapachar al dictador nunca llevará a la paz.

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