La forma del dinero está cambiando. Estados Unidos, lanzó su regulación para el uso de las llamadas stablecoins y Europa impulsa su euro digital; China por su parte ya prepara su respuesta.

En el caso del euro digital, el Banco Central Europeo explica que sería una forma digital de efectivo emitida por el banco central, disponible para todos los ciudadanos en la zona del euro.

Al igual que el efectivo en la actualidad, podría utilizarse en cualquier lugar de la zona del euro y ofrecería seguridad y privacidad.

“En nuestra sociedad, cada vez más digitalizada, el euro digital sería un nuevo avance de nuestra moneda única”, publica el organismo.

El euro digital se almacenaría en un monedero electrónico creado en el banco de cada usuario o en un intermediario público, lo que permitiría realizar todos los pagos electrónicos cotidianos —en tiendas físicas, electrónicas o a amigos— con teléfono o tarjeta, con y sin conexión a Internet.

El euro digital ofrecería funcionalidades online y offline, por lo que se podría utilizar incluso con poca o ninguna cobertura. Además, en los pagos offline, solo el ordenante y el beneficiario conocerían la información personal de la operación, lo que proporcionaría un nivel de privacidad similar al del efectivo, según el BCE.

Mientras Europa prepara su euro digital, es decir una nueva versión de su dinero en efectivo. Es muy importante remarcar esto, es su propia moneda ya regulada pero en versión digital.

En Estados Unidos, Donald Trump prohibió que el dólar se lance en versión digital, pero eso no quiere decir que no vaya a existir o usarse una moneda sin presencia física.

Para ello, Trump lanzó su ley GENIUS para que las stablecoins, que son monedas tokenizadas, tengan un valor uno a uno con el dólar. Quiere decir que por cada token digital, hay un dólar de respaldo, generalmente en bonos del Tesoro de los Estados Unidos.

Una persona, puede comprar 100 tokens de stablecoins, los almacena en su teléfono y se los puede enviar a otra, sin intermediación bancaria. Y esos tokens son convertibles a dólares en cuenta bancaria o en efectivo.

Hay pues, una gran diferencia. El dólar se digitaliza con stablecoins pero se prohíbe su emisión en dicha forma, en cambio el euro, nacerá digital y podrá depositarse en los wallet o monederos electrónicos para su uso como si fuera efectivo palpable.

Las stablecoins aprobadas en Estados Unidos por Trump, serán administradas por empresas privadas. El euro digital únicamente por el Banco Central Europeo.

Según el banco europeo, la estabilidad y la fiabilidad de las stablecoins dependen en última instancia de la entidad que las emite, así como de la credibilidad y aplicabilidad de su compromiso de mantener su valor a lo largo del tiempo.

Además, los emisores privados podrían utilizar los datos personales para fines comerciales.

China, que ya fue pionera con su yuan digital emitido por el Banco Popular, se mueve ahora hacia una nueva estrategia: promover stablecoins respaldadas en yuanes como vehículo internacional. La lógica es clara: si Estados Unidos permite que empresas privadas tokenicen el dólar y lo expandan por el mundo, Pekín no puede quedarse atrás.

Estas stablecoins yuan están diseñadas para un propósito mayor: usarse en comercio transfronterizo, especialmente en contratos de energía y materias primas. China ha impulsado acuerdos para que el petróleo ruso y algunas exportaciones africanas se paguen en yuanes digitales, y convertir esa infraestructura en stablecoins permitiría saltar por completo al sistema bancario dominado por el dólar.

El dinero, esa herramienta que alguna vez fue solo un medio de intercambio, hoy se convierte en un arma geopolítica y en un mecanismo de control social. La pregunta no es solo qué versión de moneda triunfará, sino bajo qué reglas viviremos cuando nuestros bolsillos ya no guarden billetes, sino códigos que pueden ser rastreados, bloqueados o anulados en segundos.

El cambio ya está en marcha, y no habrá marcha atrás. El dinero que conocimos está muriendo, y lo que nacerá en su lugar definirá quién tiene el poder en el siglo XXI.

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