La historia tiene una constante que quienes gobiernan o administran suelen olvidar: no hay fuerza social más disruptiva que la juventud decepcionada. Los jóvenes no se conforman con protocolos ni discursos; exigen resultados inmediatos porque entienden que el futuro —su futuro— no puede esperar. Así que cuidado con despertar al gigante joven, porque una vez ya movilizados, ya nada los detiene.

En la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) hoy resuena un reclamo que debería encender todas las alarmas: transporte gratuito y condiciones dignas para estudiar. No es capricho: Juárez es una ciudad donde el 60% de los jóvenes dependen de transporte público ineficiente, según el INEGI, y la UACJ, con 30,000 alumnos, es el epicentro de su futuro. No es un lujo, es una necesidad evidente en una ciudad donde moverse cuesta caro y muchas familias apenas alcanzan para sostener a sus hijos en la universidad. Pero más allá de la demanda específica, el mensaje es más profundo: “La UACJ no escucha”. Ese cartel, sostenido por una estudiante, sintetiza la fractura entre la institución y sus alumnos.

La buena noticia es que la universidad ya organizó mesas de trabajo para escuchar y atender la petición de sus alumnos. Ese es un paso positivo, pero no suficiente: las mesas deben traducirse en resultados concretos y no quedar en el archivo de las buenas intenciones. Si el diálogo se mantiene abierto, con transparencia y voluntad real, este conflicto puede convertirse en una oportunidad para construir confianza y fortalecer el vínculo entre la institución y sus estudiantes.

Porque los jóvenes, cuando deciden organizarse, son capaces de cambiar rumbos, líderes y hasta sistemas enteros. La historia política de México y del mundo tiene pruebas suficientes. Y la UACJ debe tomar nota: el estudiante que exige transporte no está buscando privilegios, está pidiendo condiciones mínimas para poder continuar con su educación. No hay nada más justo ni más urgente que atender eso.

La comunidad juarense también tiene un papel en este tema. Las autoridades municipales y estatales, las cámaras empresariales y hasta los ciudadanos de a pie deben reconocer que invertir en la movilidad estudiantil no es un gasto, es una apuesta al desarrollo. Si un joven abandona sus estudios porque no tiene cómo llegar a clase, no solo pierde él: perdemos todos como sociedad.

El riesgo de seguir con oídos sordos es claro: cuando el estudiante se siente abandonado, deja de ser pasivo. Se convierte en actor político, en organizador social, en crítico de un sistema que lo excluye. Y esa fuerza, una vez que despierta, no hay rectoría ni gobierno que la contenga.

Si la UACJ y el gobierno del estado no atienden de inmediato, podrían “despertar” a una generación que no solo exige autobuses, sino cambios profundos: mejor educación, empleos dignos y un gobierno que no los trate como extras. La paciencia se colma, y cuando explota, los líderes caen. ¡No subestimen a estos estudiantes, que podrían ser los que cambien el rumbo de esta frontera!

Exhortamos a que la universidad escuche, que el municipio actúe y que el estado invierta en ellos antes de que el descontento despierte un cambio imbatible. Basta de sordera que colma la paciencia. En esta frontera, donde los alumnos ya luchan contra la violencia y la pobreza, merecen transporte digno y una voz real. ¡Atención inmediata, o prepárense para el despertar! Porque cuando los jóvenes despiertan, no hay poder que pueda dormirlos otra vez.

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