“Los cárteles gringos se han consolidado como piezas claves del engranaje del narcotráfico a su país, siendo que la narrativa de allá presenta a los cárteles mexicanos como los grandes villanos”
Jesús Esquivel
México puede ser un mejor aliado para EU, pero exijamos respeto. Desde que volvió el magnate Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, la relación bilateral entre los dos países ha sido un reto constante. Ahora, por primera vez, el secretario de Estado norteamericano Marco Rubio, de ascendencia cubana, visitará México oficialmente con la misión diplomática de firmar un acuerdo de cooperación oficial entre los dos países.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha colaborado con casi todo lo que el presidente de EU ha requerido. Inclusive, el mandatario estadounidense se ha mofado de que México hace lo que EU quiere, con su estilo confrontativo y jactancioso. Suponemos que ella sabe que nuestro país necesita acciones concretas para crecer y no reaccionar impulsivamente ante las provocaciones mediáticas directas del millonario, porque en ninguna relación constructiva conviene pelearse. A EU tampoco le conviene. México, gracias a la presión del norte, ha reforzado sus alianzas con Brasil, Asia y busca otras oportunidades.
Mucho de lo que habla y repite Trump es para conservar su imagen política de duro e invencible, debido a los problemas internos que enfrenta constantemente. Han sido tantos y tan variados: cargos criminales, acusaciones de relaciones oscuras con tratantes de blancas, demandas, evasión de impuestos, escándalos sexuales, y ahora la Suprema Corte revisará si su política amenazante de aranceles hacia el mundo es legítima o lo frenan. Su retórica hacia México se vuelve más agresiva cuando ha tenido que desviar la atención hacia afuera y defenderse internamente. Siempre ha exagerado y mentido, especialmente a sus bases más ignorantes y racistas, para promover la fobia colectiva hacia los inmigrantes, una técnica usada para dividir y adquirir poder político desde el inicio de civilizaciones antiguas, criminalizando constantemente todo lo que es extranjero. Solo que ahora, en su segundo término, radicalizó sus métodos, encumbrándose junto con sus partidarios más fieles y atacando a todos sus contrincantes ideológicos, con razón o sin ella, promoviendo redistribuciones de distritos ventajosos para los republicanos en Texas, y todo ello amparado por el poder que le otorga el miedo exagerado que causan los “enemigos del Estado modernos” en la conciencia colectiva de los blancos monoculturales. El enemigo ahora son los cárteles mexicanos, colombianos, venezolanos, centroamericanos; y otra guerra más, ahora contra el fentanilo, el veneno “del sur”. Es un hecho histórico que, frente a la posibilidad de guerra, se centraliza el poder ejecutivo, y el Congreso les concede mayores poderes a los presidentes de EU. Lo vimos con los ataques terroristas del 9-11. Aprovechándose de todo esto, Trump ha despedido, intimidado, amenazado, demandado o presionado a jueces, periodistas, directores de agencias de seguridad y políticos que cuestionan o se oponen a sus mandatos, con el derecho que le otorga comandar la población de su país en tiempos amenazantes. El pueblo siempre ha sido adoctrinado para temerle a los migrantes y ahora a los llamados cárteles “terroristas”, un enemigo a modo. Recientemente, con el arresto y proceso formal de famosos capos mexicanos en EU, Trump se ha parado todavía más el cuello políticamente y ha conservado cierta popularidad a pesar de sus desplantes. Sus fans lo perciben como una especie de justiciero social y salvador, dándole poco crédito a la presidenta Sheinbaum y al gobierno mexicano.
Para variar, el mandatario sigue protegiéndose ampliando su ejército paramilitar: ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, al que le ha triplicado sus recursos. Mientras tanto, a las agencias federales que al inicio defendían su autonomía, como la DEA y el FBI, les han sido recortados sus presupuestos. Esta última institución sufrió una venganza en cuanto Trump llegó al poder por segunda ocasión, por las investigaciones en su contra de supuestos manejos indebidos de documentos clasificados en su tiempo como civil. Le echaron más de 40 cargos graves bajo leyes de espionaje, lo que sus partidarios cuestionaron como una estrategia meramente política de sus adversarios demócratas. Poco le importa esto ya al presidente de EU, quien ha consolidado su poder. Antes había sido criticado por su admiración del presidente ruso Vladimir Putin, y ahora hasta alfombra roja le puso, desafiando a sus críticos, en la reunión de Alaska para buscar la paz en Ucrania. Otro papelazo que se dio aún sin resultados palpables. Así, un resumen de cómo ha llegado a tener tanto poder Trump en poco tiempo, entre tantos retos y controversias.
La realidad —aunque los medios estadounidenses y sus políticos no la quieran ver— es que también Estados Unidos tiene cárteles de drogas. Más locales, pero igual de peligrosos, y la violencia allá está empeorando. Son organizaciones autónomas formadas por diferentes y variadas bandas criminales de muchas descendencias culturales. Existen en Nueva Jersey cuadras donde todos los giros negros son controlados por mafias rusas o irlandesas, en Nueva York territorios controlados por los italianos o los diferentes grupos asiáticos. En California, los clubes de motociclistas Hell’s Angels controlan gran parte de la distribución por la costa del Pacífico, junto con muchas bandas y pandillas mexicoamericanas, anglosajonas arias y afroamericanas que operan desde las cárceles y controlan territorios de afuera. En San Francisco destaca el barrio chino, y así podemos seguir. En Virginia se han detectado bandas de exmilitares que han formado organizados grupos distribuidores de drogas y armas. Es decir, cada ciudad tiene sus propias mafias locales, sin las que la distribución de drogas a gran escala sería imposible en el país más consumidor del mundo. Los cárteles latinoamericanos comparten ganancias y responsabilidades de distribución con centenares de organizaciones en Estados Unidos.
Un agente de la DEA declaró que en EU ya no solo se compran y venden drogas, sino que mafias y redes de crimen dominan rutas, territorios y lavan millones de dólares con envíos de remesas hormiga, en complicidad con los bancos estadounidenses. El periodista Jesús Esquivel, en su nuevo libro Los Cárteles Gringos, documenta cómo estos “se han consolidado como piezas claves del engranaje del narcotráfico a su país”, siendo que, durante décadas, la narrativa de los medios allá ha presentado a los cárteles mexicanos como los grandes villanos por ser una historia criminal más “sexy” para sus consumidores. Como dice un refrán bíblico, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Debido a la ignorancia y a la ceguedad de esta realidad que no pueden todavía aceptar, el gobierno estadounidense pronto se verá obligado a mirar más hacia adentro, ya que la violencia está creciendo en todas las grandes ciudades. Trump ya metió la Guardia Nacional en las calles con el pretexto de frenar la delincuencia, argumentando que DC era una ciudad tan violenta casi como la Ciudad de México. Bajo este enfoque, el presidente de EU logró militarizar los alrededores de la Casa Blanca y sigue haciéndolo a lo largo de la frontera. Además, anunció planes para, a partir del primero de septiembre, aumentar las fuerzas paramilitares en grandes ciudades, especialmente en bastiones demócratas que se supone son más benignas a los inmigrantes, como Chicago, Oakland y Nueva York, entre otras. También prometió más presencia militar en California, estado que se ha rebelado al presidente con demostraciones pro mexicanas.
Se espera que a mitad de semana Rubio y Sheinbaum firmen acuerdos oficiales de cooperación en migración, seguridad fronteriza y economía, algo que ya sucede, pero la presidenta ha sido clara: no permitirá que fuerzas militares unilaterales de EU entren libremente al país sin supervisión mexicana por cuestión de soberanía nacional. En esta reunión Rubio también intentará suavizar el apoyo de la presidenta mexicana a Venezuela, ya que EU planea derrocar al presidente Maduro, al que ya acusan como líder del cártel “terrorista del sol”, aunque México, Brasil y Colombia han condenado la intervención en Latinoamérica por considerar que lo que EU intenta es una intervención política e ideológica imperialista.
No le conviene a Estados Unidos pelearse con México. Las protestas contra Trump en California y el resto del país allá han sido desestabilizantes, y la violencia política interna de EU puede empeorar. Esta reunión dictará el futuro de la relación bilateral. Veremos los resultados, pero la presidenta, quien siempre llamó a la calma en California, enfrenta otro reto diplomático. Veremos si puede maniobrar y tomar decisiones razonadas que ayuden a nuestra relación de países soberanos y a México, con el tacto que ha mostrado hasta ahora.