Ciudad Juárez, como el resto del país, enfrenta tiempos complejos. La maquila, motor histórico de empleo, ya no garantiza estabilidad como antes; vemos plantas con pagos detenidos, proveedores al borde de la quiebra y la sombra de la automatización reduciendo la necesidad de mano de obra.

Y ante el reto, más que resignación, lo que se necesita es despertar una curiosidad económica general que nos lleve a preguntarnos cómo producir, cómo innovar y cómo asegurar un futuro más sólido para la ciudad.

La curiosidad económica empieza con preguntas simples: ¿qué tanto dependemos de un solo sector? ¿Qué pasa si se rompe la cadena de pagos? ¿Qué oportunidades existen en otras industrias que no hemos explorado?

Interrogar lo cotidiano es el primer paso para abrir espacios a nuevas formas de pensar la producción y el trabajo. Sin esa inquietud, seguiremos atados a la rutina de esperar que alguien más nos lo resuelva.

Ejemplos sobran. Juárez tiene experiencia en logística fronteriza, en servicios tecnológicos que se han ido abriendo paso, y en pequeñas industrias locales que, con apoyo, podrían escalar.

La clave está en no dejar que esas semillas se marchiten por falta de atención. La curiosidad nos invita a mirar más allá de la maquila y preguntarnos cómo aprovechar mejor la posición geográfica, la energía creativa de los jóvenes y la cercanía con el mayor mercado del mundo.

Aquí es donde el sector educativo tiene un papel central. No basta con preparar técnicos para la línea de producción; necesitamos que universidades, preparatorias y centros de formación impulsen el pensamiento crítico sobre economía, innovación y diversificación productiva.

Que enseñen a los jóvenes a hacerse preguntas sobre su entorno, a entender los riesgos de la dependencia excesiva y a ver oportunidades en sectores emergentes como la tecnología, la energía renovable o los servicios digitales.

Si logramos enganchar al sector educativo en esta nueva forma de ver las cosas, estaremos sembrando una semilla poderosa. La curiosidad económica puede convertirse en un valor compartido, en un hábito que lleve a los estudiantes a cuestionar, a proponer y a emprender, en lugar de esperar órdenes de un supervisor o de un sistema que ya da señales de desgaste.

Juárez no necesita frases hechas ni discursos importados. Lo que requiere es una cultura de curiosidad que atraviese fábricas, aulas y hogares.

Una ciudad que se pregunta es una ciudad que se mueve. Y en estos tiempos de incertidumbre, movernos con inteligencia y creatividad puede marcar la diferencia entre ser víctimas de las crisis o protagonistas de una nueva etapa de desarrollo.

La ciudad siempre se ha caracterizado por hacerle frente a los retos ambientales, -entiéndase políticos y económicos de todo tipo-, y esta vez, no debe ser distinto.

De la época de la prohibición del alcohol en EU, la agricultura y el comercio incipiente, brincamos a las maquiladoras, cierto nivel de proveeduría, hasta ahora.

Pero si las familias buscan que sus hijos profesionistas tengan un futuro prometedor aquí, debemos todos pensar y repensar, que sectores pueden ser una nueva mina para ser explotada.

En ese sentido, padres de familia, escuelas de todos los niveles y la sociedad en general, debemos trabajar por la reinvención económica de la ciudad.

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