Recientemente, el Gobierno del Estado de Chihuahua anunció una agresiva campaña contra el fentanilo. Se trata de una estrategia preventiva, que va más allá de acciones de inteligencia -competencia del gobierno federal-, para generar acciones que involucren a toda la población.

Chihuahua asume, con decisión, la parte que le corresponde, porque se trata de una de las drogas más peligrosas en la historia del tráfico de sustancias prohibidas.

La lucha contra el fentanilo, un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína, se ha convertido en uno de los frentes más críticos en la guerra mundial contra las drogas.

Con un impacto devastador en la salud pública y la seguridad, especialmente en Estados Unidos, este narcótico ha escalado rápidamente de ser una sustancia marginal en el tráfico de estupefacientes a convertirse en la principal causa de muertes por sobredosis en América del Norte.

En este escenario, México -y particularmente su región norte- juega un papel central tanto como punto de tránsito como de producción clandestina, convirtiéndose en una pieza clave en la arquitectura de esta guerra global.

A diferencia de la cocaína o la marihuana, el fentanilo no necesita campos ni cosechas. Es un producto de laboratorio, fabricado con precursores químicos que provienen, en su mayoría, de Asia (especialmente de China e India). Su fabricación es más barata, más discreta y mucho más lucrativa. Con cantidades minúsculas se pueden generar miles de dosis, lo que lo hace extremadamente atractivo para los cárteles del narcotráfico.

Mientras que su uso médico está regulado y tiene aplicaciones legítimas para el tratamiento del dolor crónico, su versión ilegal ha saturado el mercado negro con pastillas falsificadas y mezclas letales.

México ha dejado de ser únicamente un país de tránsito en la cadena del narcotráfico. Hoy también es territorio de producción, especialmente de drogas sintéticas. En los últimos años, las autoridades mexicanas han desmantelado decenas de laboratorios clandestinos, sobre todo en los estados del norte como Sinaloa, Sonora y Baja California.

Las organizaciones criminales han encontrado una zona estratégica para operar: cerca de los puertos del Pacífico -clave para la importación de precursores- y con rutas directas hacia la frontera con Estados Unidos, el principal mercado de consumo.

La región norte de México, por tanto, se ha convertido en un nodo neurálgico en la lucha contra el fentanilo. Esta zona no solo concentra una parte significativa de la producción, sino también de la logística de transporte. Tijuana, Ciudad Juárez, Nogales, Reynosa y otras ciudades fronterizas son corredores críticos por los que las drogas cruzan hacia California, Texas y Arizona, alimentando el mercado estadounidense.

Los gobiernos de México y Estados Unidos han intensificado su cooperación para frenar el tráfico de fentanilo. Programas de intercambio de inteligencia, capacitación conjunta de fuerzas de seguridad y esfuerzos diplomáticos para regular la importación de precursores químicos han sido parte de la estrategia.

Aunque se han incautado cantidades récord de fentanilo en la frontera, las muertes por sobredosis no han disminuido. Esto sugiere que la oferta sigue superando los esfuerzos de contención. Además, los cárteles han demostrado una gran capacidad de adaptación: fragmentan la producción, cambian rutas y utilizan nuevas tecnologías, como criptomonedas y redes sociales, para comercializar sus productos.

México enfrenta una paradoja compleja. Mientras el país es acusado internacionalmente de ser un epicentro en la producción y tráfico de fentanilo, también sufre las consecuencias del narcotráfico en términos de violencia, corrupción y descomposición institucional. Las ciudades del norte han experimentado picos de inseguridad ligados directamente al control de rutas y laboratorios.

Además, el consumo de fentanilo comienza a crecer dentro del propio México, lo que podría derivar en una crisis de salud pública interna si no se toman medidas a tiempo.

La guerra contra el fentanilo no puede ganarse solo con decomisos y detenciones. Requiere una estrategia integral que incluya mayor regulación internacional de los precursores químicos, fortalecimiento de las instituciones judiciales y policiales en México.

Pero también, la reducción de la demanda en países consumidores mediante campañas de prevención y tratamiento de adicciones. Eso, justamente eso, es lo que el gobierno del estado de Chihuahua inició: una agresiva campaña de prevención.

El norte de México seguirá siendo un frente clave en esta lucha. Ignorar su importancia estratégica sería un error geopolítico con consecuencias letales. Pero también es una región que, con el apoyo adecuado, puede transformarse en bastión de resistencia frente al poder corrosivo de los cárteles.

Combatir el fentanilo no es solo una lucha contra una droga: es una batalla por el futuro de la seguridad, la salud y la soberanía en todo el continente. Chihuahua está dando el ejemplo de hacer lo que está en su competencia. Al tiempo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *