En uno de los libros más emblemáticos de Mario Vargas Llosa, “Conversación en la Catedral”, el autor inicia su relato con la frase “¿En qué momento se había jodido el Perú?” mientras observaba una Lima completamente gris, contaminada, y decadente. En dicho libro, Vargas Llosa nos lleva de la mano por una narración compleja respecto a la corrupción y autoritarismo que se vivía en el país andino. El libro, como muchos de Vargas Llosa, es una crítica severa al sistema político de Perú.
No dejó de pensar que, al igual que lo hizo Vargas Llosa en 1969, muchos mexicanos nos preguntamos en qué momento se jodió México. La respuesta creo tenerla: México se empezó a echar a perder en el momento que un político tabasqueño empezó a envenenar a las masas con su narrativa perversa, sin que el Gobierno Federal hiciera frente a tanta descalificación y mentira. López Obrador aprovechó la coyuntura política, y la poca eficacia de la comunicación social oficial para despertar frustraciones colectivas y rencores sociales que se basaban más en la cosmovisión de López Obrador, y no en la realidad de México.
México fue un país que se fue desarrollando poco a poco. Desde el Desarrollo Estabilizador, México migró de ser un país de caciques revolucionarios a uno de instituciones. Llegó la década de los 70 que reflejó en gran medida la frivolización y la borrachera del poder. A partir de 1982, los gobernantes se ocuparon de abrir México al mundo, convirtiéndose en un lugar idóneo para la inversión extranjera. Después llegó el Tratado de Libre Comercio, y así sucesivamente México fue creando empleos, riqueza, infraestructura, y mejorando diversas métricas, tales como el índice democrático (creación del IFE), de respeto a la Ley (reforma al Poder Judicial de 1994) junto con la creación de diversos organismos autónomos, entre otros.
La alternancia vino a reflejarnos que México ya era un país democrático. La segunda alternancia de 2012 así lo confirmó, hasta que llegó una tercera alternancia en 2018, que a mi juicio, fue un error histórico, un retroceso.
Por años López Obrador trató de convencernos de que México estaba en su peor momento, que lo estaban hundiendo. Lo peor es que hubo mucha gente que le compró el argumento de que estábamos muy mal. En pocas palabras, para López Obrador, México estaba casi a la par de cualquier país subsahariano.
Si bien México no tenía el desarrollo de cualquier país de Europa Occidental, tampoco éramos Ruanda o Haití. Es decir, México siempre fue un país en donde iba aumentando la inversión extranjera, la creación de empleos, el nivel educativo, la infraestructura. Todo fue que llegara López Obrador para que el país se descompusiera, se echara a perder. Hoy, hay menos niños en las escuelas de los que había en 2018. Hoy, el crecimiento económico es nulo. La inseguridad está cada vez peor, superando en cifras de muertos a los del principal enemigo del obradorismo, que es Felipe Calderón.
La gente no se toma la molestia de comparar cifras; no hay ninguna cifra en la que el gobierno de López Obrador haya sido mejor que la de sus antecesores. Sin embargo, su narrativa pegajosa y mezquina, que divide entre “pueblo bueno” y “conservadores” hizo que la mayoría creyera en la existencia de un enemigo imaginario.
López Obrador ha sido captado en muchas situaciones incongruentes con su discurso populista. Fue este discurso populista el que justamente le dio el triunfo en las urnas en 2018. Y desde ahí empezó a polarizar a la sociedad, a generar encono en los diversos sectores de la población.
Por lo anterior, si me preguntan en qué momento se jodió México, yo diría que en el momento en que la mayoría decidió entregarle el poder a un personaje que durante años nos dio muestras de autoritarismo, ignorancia, y populismo.
A pesar de los esfuerzos, López Obrador no pudo destruir México. Sin embargo, a partir de la mayoría legislativa que obtuvo el oficialismo en 2024, comenzó el desmantelamiento institucional del país. Esto a partir de una mayoría legislativa que se robaron los integrantes de Morena y sus partidos aliados.
Como he referido en participaciones anteriores, con la destrucción del Poder Judicial, de los organismos autónomos, y la militarización del país, México va al precipicio.
Esta degradación institucional promovida desde el poder, nos ha llevado a extremos que antes se estimaban ya superados. Por ejemplo, el caso del Senador Fernández Noroña es de escándalo. Por años, Noroña fue un legislador de oposición muy aguerrido y crítico. Sus formas no siempre fueron ortodoxas en cuanto a la cortesía política. Cada vez que podía iba a eventos públicos de Calderón o incluso de Peña, a hacer desfiguros que él retrataba como ”lucha social”.
Sin embargo, una vez instalados en el poder, y ya como Presidente del Senado de la República, Noroña ha mostrado su talante autoritario. En meses recientes, un ciudadano lo encaró en una sala VIP del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. No favorezco a la violencia, pero creo que el reclamo del ciudadano era válido: los morenistas siempre han manifestado estar en contra de los privilegios, pero gozan de ellos. Ante tal “agresión”, Noroña presentó una denuncia por conducto de los abogados del Senado. Ahora, en días recientes, ese ciudadano tuvo que pedirle disculpas a Noroña en las instalaciones del Senado. Noroña resultó tener la piel muy delgada, después de décadas de haber actuado como un verdadero cavernícola.
Igualmente, y en el mismo sentido, se le entrevistó a Noroña en relación con la Reforma Judicial y los candidatos. A pregunta expresa del reportero, se le cuestionó a Noroña si efectivamente conocía a los candidatos por los cuales votaría. Noroña montó en cólera y reconvino al reportero, diciéndole que incluso él (el reportero) seguramente no conocía a los candidatos por los cuales votaba en elecciones pasadas.
Noroña es el ejemplo de la degradación institucional en México. Una persona que por años actuó como porro, ahora es el Presidente del Senado y actúa de forma porril.
Lo anterior es solo ejemplo de cómo actúan quienes encabezan las instituciones. Por otro lado, en este país ya no hay Estado de Derecho. Los delincuentes actúan a sus anchas, el gobierno les dispensa “abrazos, y no balazos” según su propio apotegma, y las manifestaciones crecen en el país.
En relación con las manifestaciones que han tenido lugar por parte de los integrantes de la CNTE, esto refleja una dualidad absurda. El gobierno con la reforma regresiva a la ley del ISSSTE, vulnera derechos de los manifestantes. Es decir, violenta el Estado de Derecho. Y por el otro lado, los manifestantes de la CNTE vulneran igualmente el Estado de Derecho con las marchas, movilizaciones y destrozos que causan a partir de su protesta, cuya causa puede estimarse legítima, pero no deja de ser una actuación al margen de la ley.
En el mismo sentido, la violencia no cesa en el país. En días recientes fue asesinada la Secretaria Particular de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, y otro funcionario de la misma administración. Si personas tan cercanas a la Jefa de Gobierno fueron asesinadas de esa forma en la propia capital, cualquier otro ciudadano está en riesgo permanente.
La reforma a la ley de telecomunicaciones también es un retroceso en la libertad de expresión. Parece que la sociedad está en un letargo pesado pues cada vez nos van quitando más derechos, y no hace nada.
La protesta de la CNTE defiende los intereses de la CNTE. Cuando protestamos por la reforma judicial pretendida, poca gente se sumó a los paros. En relación con la reforma de telecomunicaciones, nadie se ha expresado. Parecería que México es el país del “si a mí no me afecta, no pasa nada”. Tenemos que ser más empáticos con las luchas de los demás. Solamente así podremos detener a la fuerza destructora del oficialismo.
Si alguien me pregunta en qué momento se jodió México, la respuesta es simple: eso pasó el 1 de julio de 2018.