A principios de este verano fui al Centro Cutler para Hombres y, en cuanto salí del ascensor, fui recibida por una sonriente mujer de cabello corto y canoso que lucía un top deportivo y estaba parada delante de un cartel que decía: “Bienvenidos, chicos”. Después del registro, había mesas de billar y de futbolito y dos pantallas gigantescas que mostraban repeticiones de las finales de la NBA entre los Thunder y los Pacers. Una pequeña cafetería, decorada con portadas de discos antiguos y una consola clásica de videojuegos de arcade, ofrecía agua saborizada y café. En el otro extremo, en lo que los miembros del personal definen como un rincón zen, con una pared de musgo vivo, se mostraban escenas de la naturaleza en una pantalla mientras sonaba una música suave y relajante. Toda la sala de espera, rodeada de cristal, daba a un campo de fútbol americano donde los atletas recibían sesiones de fisioterapia.
El lugar era agradable y acogedor, pero cada detalle tenía una finalidad más profunda. El Centro Cutler es uno de los pocos espacios clínicos que intentan abordar el gran problema de la falta de interés de los hombres en el sistema de salud estadounidense. El centro, que abrió su sede insignia hace dos años en los Hospitales Universitarios de las afueras de Cleveland, fue diseñado para que los hombres se sientan bienvenidos, como si “estuvieran en Cheers”, en palabras de Lee Ponsky, jefe de urología de los Hospitales Universitarios y fundador del centro.
La idea de dedicar más atención a la salud masculina puede parecer “contraintuitiva”, reconoce Derek Griffith, profesor de política de salud en la Universidad de Pensilvania y destacado experto en disparidades en la salud masculina. “Los hombres tienen ventajas en tantos ámbitos de la sociedad. Es natural preguntarse: ‘¿Cuánto debería importarnos que su salud siga siendo mala?’”. Después de todo, añade, “construimos nuestra sociedad entera pensando en ti; ya tuviste tu oportunidad, amigo, te ganaste la lotería. ¿Y quieres que te demos más? Por favor”.
Pero esto es exactamente lo que Griffith, junto con un grupo cada vez más grande de médicos, investigadores y defensores, piensa que tiene que ocurrir. Ahora mismo, los hombres de Estados Unidos, ya sean bebés o ancianos, tienen más probabilidades de morir a edades más tempranas que sus contrapartes femeninas. En la actualidad, la esperanza de vida masculina al nacer es de 75,8 años, 5,3 años menos que la de las mujeres. La brecha entre hombres y mujeres estadounidenses se había ido reduciendo de manera gradual durante la primera década de este siglo, y luego se mantuvo relativamente estable, hasta la pandemia de COVID-19, cuando se amplió bruscamente a 5,8 años, la diferencia más grande desde 1996. Aunque vivir más no garantiza que esos años adicionales sean saludables o significativos, la esperanza de vida sigue siendo un indicador aproximado de la salud general.
En los últimos años, más hombres que mujeres han muerto por 14 de las 15 principales causas de muerte. La única excepción ha sido la enfermedad de Alzheimer y eso, al menos hasta cierto punto, se debe a que hay más mujeres que viven lo suficiente como para desarrollarla. En particular, los hombres jóvenes se ven muy afectados por las llamadas muertes por desesperación, como los suicidios y las sobredosis, que reducen de manera significativa la esperanza de vida masculina en general. Los nativos americanos y los hombres negros tienen las vidas más cortas; en todos los grupos raciales, los hombres mueren más jóvenes que las mujeres.
Esa disparidad tiene muchas causas, y una de ellas es que los hombres sencillamente no van al médico con tanta frecuencia. El problema empieza a una edad temprana: tras la atención pediátrica, los hombres jóvenes desaparecen en gran medida de los entornos médicos hasta que se presentan problemas graves. Las mujeres suelen acudir al ginecólogo con regularidad; los hombres no tienen un equivalente claro. La Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio solo cubre un servicio preventivo dirigido específicamente a los hombres, mientras que incluye 27 para las mujeres (algunos de ellos están relacionados con el embarazo). Por ejemplo, la vacunación contra el virus del papiloma humano, o VPH, que se recomienda para todos los adolescentes, aún parece estar más asociada con las chicas, a pesar de que los cánceres de garganta relacionados con el VPH ahora son más frecuentes en los hombres que los cánceres de cuello uterino en las mujeres.
Y a medida que los hombres envejecen, la disparidad en la búsqueda de atención médica persiste, en parte por razones clínicas. Comparemos los tumores malignos específicos de cada sexo más frecuentes: el cáncer de próstata en los hombres y el cáncer de mama en las mujeres. Las pautas para la detección del cáncer de mama son sencillas: se aconseja a las mujeres que empiecen a hacerse mamografías a los 40 años, una vía cómoda hacia una atención primaria más amplia. Pero las pautas para la detección del cáncer de próstata son más matizadas. A los hombres se les dice que hablen con sus médicos sobre la prueba del antígeno prostático específico, en lugar de darles una instrucción precisa. Esto deja a los hombres sin un incentivo evidente para acudir a la atención primaria de manera regular. Y los médicos de atención primaria, a menudo sobrecargados y limitados a citas de 15 minutos, podrían no tener tiempo para tener ese tipo de conversaciones, dice Eric Wallen, jefe de urología de la Universidad Médica de Carolina del Sur. “Así que creo que mucha gente argumenta: ‘Bueno, en realidad no recomiendan hacer eso’”. Comparemos con todo un movimiento de salud que ha surgido en torno a la concientización sobre el cáncer de mama: ¿cuántos estadounidenses saben siquiera de qué color es el listón del cáncer de próstata? (azul claro).
Aunque la ciencia de las enfermedades en los hombres se ha estudiado de manera extensa, se ha prestado mucha menos atención a cómo viven y cómo se mantienen sanos.
En el pasado, lo que invariablemente llevaba a los hombres al consultorio del médico eran los problemas de rendimiento sexual. “Solía bromear y decir que el Viagra era lo mejor que le había pasado al movimiento por la salud masculina, porque en aquella época tenías que mirar al médico a los ojos y contarle por qué estabas ahí”, me dijo Mike Leventhal, director de la división de Tennessee de la Men’s Health Network, una organización de defensa de la salud masculina. Ahora las empresas de telesalud con fines de lucro, como Hims y Ro, pueden proporcionar esos medicamentos en muchos estados mediante un intercambio de mensajes de texto, con lo que los hombres no tienen que someterse a revisiones médicas exhaustivas. Esto le preocupa a Arthur Burnett, profesor de urología del Johns Hopkins, porque la disfunción eréctil, por ejemplo, puede ser el primer signo de una enfermedad cardiovascular. “Estos servicios permiten a la gente hacer solicitudes rápidas que no necesariamente permiten un examen médico adecuado y pueden pasar por alto algunos diagnósticos”, dice Burnett.
Sin un cambio significativo, el sistema de salud seguirá atendiendo solo a hombres que ya están enfermos; cuando el tratamiento es más difícil, los resultados peores y las vidas más propensas a truncarse. Y esa es la situación actual, antes de que se produzca la próxima crisis de salud pública, que inevitablemente llegará. Durante la pandemia, los hombres murieron de covid a un ritmo aproximadamente un 60 por ciento mayor que las mujeres, y la esperanza de vida masculina disminuyó tres años.
Pero el problema va más allá de la medicina. Hoy los hombres ocupan un lugar complicado en la sociedad: las ideas tradicionales de masculinidad están siendo cuestionadas y, al mismo tiempo, reforzadas. La manera en que niños y hombres aprenden a verse a sí mismos —y lo que sienten que deben ser— no solo forma su identidad, sino que también afecta su salud de maneras profundas que con frecuencia son pasadas por alto. Aunque la ciencia de las enfermedades en los hombres se ha estudiado de manera extensa, se ha prestado mucha menos atención a cómo viven y cómo se mantienen sanos. Como dice Griffith: “Sabemos mucho sobre el cuerpo masculino, pero no sabemos mucho sobre la salud de los hombres”.
Cuando el hombre llegó a la sala de urgencias donde trabajo, el cáncer ya se había extendido por todo su cuerpo. Aunque sabía que en su familia había casos de cáncer de colon, no se hizo la primera colonoscopia sino hasta casi una década después del momento recomendado, hasta que decidió que no podía seguir ignorando la sangre que aparecía en sus heces desde hacía un año. Su mente estaba enfocada en el trabajo; además, nada le parecía algo que no pudiera superar. Tras su diagnóstico, la cirugía y la quimioterapia contuvieron temporalmente la enfermedad. Como se sentía mejor, dejó de visitar a sus médicos.
Cinco años después, aparecieron nuevos síntomas gastrointestinales. Esperó otros seis meses antes de ir a consulta, y fue a la sala de urgencias, donde yo fui quien lo atendió. Su esposa era la que hablaba, mientras él permanecía en silencio, mirando al suelo. Le pregunté: “¿Por qué esperaste tanto? ¿Qué cambió hoy?” No respondió.
“Apenas ahora”, dijo su mujer con tono neutro, “por fin está dispuesto a ver a un médico”.
“Sabemos mucho sobre el cuerpo masculino, pero no sabemos mucho sobre la salud de los hombres”.
Derek M. Griffith
Lo que llama la atención de esta situación es precisamente que no tiene nada de especial. He perdido la cuenta de la cantidad de hombres que he visto llegar a urgencias después de haber soportado síntomas preocupantes durante meses o incluso años. Y normalmente ha sido una esposa o hija la que finalmente los ha presionado para que busquen atención médica, a menudo en urgencias, porque no tienen su propio médico. Es raro que me encuentre con la situación inversa: un hombre animando a una mujer que se resiste a atenderse. En los hogares estadounidenses, las mujeres toman aproximadamente el 80 por ciento de las decisiones médicas. También tienen casi el doble de probabilidades que los hombres de haberse sometido a una revisión médica el año pasado.
Una cosa que suelen decirme los hombres cuando les pregunto por su historial médico es: “Estoy sano”. Luego añaden, a menudo con orgullo, “Hace años que no voy al médico”. Mientras tanto, muchas de las enfermedades de las que mueren los hombres podrían prevenirse, o al menos tratarse como una enfermedad crónica, si se detectaran antes, antes de que aparezcan los síntomas. Pero para eso sería necesario que el sistema sanitario descubriera cómo hacer que los hombres asumieran un papel más activo en su propia salud.
La tragedia es que muchas de las enfermedades con más probabilidades de matar a los hombres también son las que la medicina ya sabe cómo evitar. Aunque el cáncer de próstata se ha convertido en un emblema de los problemas de salud masculinos, el cáncer de pulmón, que casi siempre es causado por el tabaco, en realidad cobra casi el doble de vidas en el caso de los hombres. Los hombres fuman más que las mujeres, y si acudieran regularmente al médico de atención primaria, las investigaciones sugieren que sus probabilidades de dejar de fumar podrían duplicarse con asesoramiento y medicación. Tan solo eso podría reducir a la mitad su riesgo de cáncer de pulmón en una década. Los beneficios para el corazón son aún más rápidos: un año después de dejar de fumar, el riesgo de padecer enfermedades cardiacas —la principal causa de muerte en Estados Unidos— se reduce casi a la mitad. Y los hombres podrían tener más en juego: ellos mueren de enfermedades cardiacas a un ritmo sustancialmente mayor que las mujeres.
Fumar también eleva la tensión arterial, una ecuación peligrosa cuando la hipertensión ya es uno de los factores más potentes de los infartos de miocardio y los accidentes cerebrovasculares. La mitad de los hombres adultos de Estados Unidos padece hipertensión, pero son más propensos que las mujeres a no tratarla, incluso cuando se les recomienda tomar medicación. Reducir la tensión arterial solo 10 puntos disminuye el riesgo de accidentes cardiovasculares graves en un 20 por ciento.
La diabetes, que ha afectado a un número sustancialmente mayor de personas en los últimos años, pero que actualmente es más frecuente en los hombres, es otra enfermedad que provoca daños cardiovasculares cuando no se controla; también puede provocar insuficiencia renal, ceguera y amputaciones. Sin embargo, el control del azúcar en sangre puede reducir el riesgo de infarto en más de un 15 por ciento y disminuir en gran medida esas otras complicaciones. Los beneficios se multiplican cuando las personas con diabetes combinan el control de la glucosa con una atención integral, que puede incluir dejar de fumar y el control de la tensión arterial y el colesterol, lo que según un estudio a largo plazo les puede dar hasta ocho años de vida adicionales.
Por supuesto, además de las visitas regulares al médico, está claro que los cambios en casa —mejores dietas, más ejercicio, reducción del estrés— también importan. Pero este es el tipo de cosas con las que el sistema de salud también debería ayudar. “Tratamos el sistema de salud casi como si fuera transaccional”, dice Griffith —los hombres en particular esperan hasta que se sienten enfermos, en lugar de ver a su médico como un socio en su esfuerzo por mantenerse sanos— “pero en un mundo ideal, querrías que el consultorio de tu doctor fuera uno de los primeros lugares a los que acudes en busca de información”. Al fin y al cabo, se supone que sea una relación de confianza.
Cuando los hombres llegan al consultorio del doctor, sus necesidades específicas de salud podrían seguir sin ser atendidas. Por ejemplo, es posible que no sean evaluados adecuadamente por depresión, que puede manifestarse de manera diferente en los hombres —a través de la ira, por ejemplo, o del consumo de sustancias—, aunque los cuestionarios de detección comunes, como el PHQ-9, preguntan sobre síntomas más típicos en mujeres. Simon Rice, director del Instituto de Salud Masculina de Movember, un grupo global sin fines de lucro con sede en Australia que promueve el cuidado de la salud masculina, desarrolló una herramienta específica de detección de depresión para diagnosticar mejor a los hombres, pero esta no se ha adoptado ampliamente en los consultorios estadounidenses, a pesar de que los hombres mueren por suicidio casi cuatro veces más que las mujeres y de que es menos probable que se les diagnostique depresión. Estas diferencias, según argumenta Griffith, muestran cómo los recursos para la salud masculina no han seguido el ritmo de la realidad de los riesgos que enfrentan.
Hay que señalar que cualquier impulso para destinar más recursos a la salud de los hombres se produce mientras muchos piensan que la salud de las mujeres sigue desatendida. JoAnn Manson, especialista en medicina preventiva de Harvard e investigadora principal de la Iniciativa para la Salud de la Mujer, advierte que los esfuerzos por elevar la salud de los hombres no deben hacerse a expensas de la de las mujeres. “No creo que se trate de un simple ‘Bueno, los hombres tienen una esperanza de vida menor, así que cambiemos toda la investigación y la atención a los hombres’”, dice. No fue sino hasta 1993 que el Congreso ordenó que los Institutos Nacionales de Salud incluyeran mujeres en los ensayos clínicos. Las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina siguen considerando que la salud femenina está mal financiada; en un informe publicado este año señalan el impacto de las enfermedades que afectan principalmente a las mujeres y la limitada comprensión de cómo sus distintas etapas de vida alteran la enfermedad. Estas brechas persistentes en la salud de las mujeres, junto con la reciente restricción al acceso a la atención reproductiva, complican los esfuerzos por hacer avances en lo relacionado con la salud de los hombres.
Los defensores de la salud masculina sostienen que la salud de la mujer ya recibe una considerable atención institucional. “Sinceramente, creo que la idea de que los Institutos Nacionales de Salud y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades son bastiones de la medicina y el cuidado de la salud patriarcales es un absoluto disparate”, me dijo Richard Reeves, fundador del Instituto Estadounidense para Niños y Hombres, un grupo de reflexión no partidista, y autor de Of Boys and Men. Healthy People 2030, los objetivos nacionales de salud del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, tiene cuatro metas dirigidas específicamente a los hombres; hay 30 para las mujeres. En la actualidad existen al menos seis oficinas federales para la salud de las mujeres, mientras que no existe ninguna para los hombres. El representante por Nueva Jersey Donald Payne Jr. presentó recientemente varios proyectos de ley que buscan establecer una oficina para la salud masculina; antes de que ninguno pudiera ser aprobado, murió de un ataque al corazón.
La columna vertebral del Centro Cutler es un equipo de apoyo especializado conocido como los Joes, ocho miembros del personal que actúan como guías. Ellos se encargan de lidiar con todos los aspectos engorrosos del cuidado de la salud: hacer citas, programar pruebas. Aquí no hay menús telefónicos interminables; los pacientes siempre pueden comunicarse directamente con un Joe, quien además hace seguimiento después de cada cita. Además, los Joes se involucran en la vida de sus pacientes más allá de lo que normalmente se consideraría como necesidades médicas directas.
El primer Joe, Joe Emery —el nombre compartido es mera coincidencia— se ha encargado de peticiones que van desde encontrar un agente inmobiliario honesto hasta redactar un currículum por primera vez. “La respuesta nunca es no”, me dijo. Por el contrario, él tiene que “ser un bulldog” para conseguirles a los pacientes lo que necesiten. Los Joes envían recordatorios por mensaje de texto para ocasiones como el Día de las Madres; el centro instaló una floristería en la sala de espera para cualquier hombre que se hubiera olvidado de la fecha. Se anima a los pacientes a pasar el rato en el centro —que pasen con sus computadoras portátiles, o vayan a ver un partido de los Cleveland Browns— aunque no tengan cita ese día. Estas interacciones mantienen a los Joes estrechamente involucrados e impulsan a los pacientes a cumplir con seguimientos de salud importantes: aquí tienes un excelente agente inmobiliario y, por cierto, ¿programamos la colonoscopía que te toca?
Cuando los médicos están listos, un Joe o un asistente sanitario encuentra al paciente sin gritarle su nombre a toda la sala de espera. El centro utiliza un “registro de estilo”, anotando sus atuendos cuando llegan y su ubicación en la sala de espera; una estrategia tomada de Apple luego de que el personal del centro hiciera una visita a la sede de la empresa tecnológica en Cupertino, California. Otro consejo que aprendieron ahí: no dejes que pasen 15 minutos sin actualizar a tus pacientes.
Las citas tienen un tono informal. En una mañana de este verano, Lee Ponsky, director ejecutivo del centro, lucía un saco azul a cuadros, pero no usaba corbata ni bata blanca, mientras charlaba con un paciente, propietario de una ferretería, sobre las mejores parrillas para el verano. Luego retomó el chiste bobo que hizo otro paciente sobre traseros, antes de hacerle una biopsia de próstata. Greg Hall, director médico del Cutler, contrasta su formación anterior —“mantener un muro entre los pacientes”— con su enfoque actual: “Soy el mejor amigo de todos. Así confían en mí para que les aconseje. Si no confías en la persona, no harás lo que te diga”.
El Centro Cutler fue posible gracias a una donación de 15 millones de dólares de uno de los pacientes de Ponsky, que paga el espacio, además de parte de su personal no clínico y la programación. Cualquier hombre puede afiliarse. El centro no cobra cuota de socio y acepta seguros, incluido Medicaid. Se ofrecen nueve especialidades, pero su piedra angular sigue siendo la atención primaria. Si los miembros de Cutler tienen atención primaria en otro sitio, incluso fuera del sistema de Hospitales Universitarios, Ponsky se da por satisfecho. (Los Joes ayudan a programar citas externas). “Siempre y cuando se atiendan en algún lugar y podamos hacer seguimiento”, dijo Ponsky. Luego añadió: “Mi director ejecutivo probablemente no opinaría lo mismo”.
Una tarde, durante mi visita, un nuevo paciente se unió al centro: Dennis Cullen, un hombre delgado que usaba camisa de jean y una gorra negra que decía “Veterano del Ejército de EE. UU.” en letras doradas, acompañado de su esposa, Donna. Cullen, cuya voz sonaba áspera por el tratamiento de un cáncer de garganta relacionado con el VPH, había ido a ver a Ponsky para una consulta de seguimiento tras la extirpación de una masa que tenía en el riñón. Durante la cita quedó claro que Cullen no tenía un médico de atención primaria y dependía de recetas viejas para sus múltiples enfermedades crónicas. Sus médicos anteriores se habían mudado o jubilado, dejándolo sin atención primaria regular durante cinco o seis años. Ponsky le sugirió que se hiciera miembro del Centro Cutler.
Minutos después, Sara O’Brien, quien forma parte de los Joes, se sentó con la pareja para concertar nuevas citas médicas para Cullen. Con dedicación, organizó horarios y lugares convenientes, asegurándose de que fueran lo más accesibles posible para él. Donna mencionó que quería un nuevo médico para ella, y fiel al espíritu de los Joes, O’Brien también se encargó de eso. Registró su propio número de teléfono en cada cita para poder responder cualquier pregunta. Durante la hora que O’Brien pasó con ellos, Cullen permaneció en silencio mientras su esposa anotaba la información, igual que mi paciente con cáncer de colon metastásico, que estuvo callado mientras su mujer hablaba. Sin embargo, al final Cullen se puso sus lentes de lectura y tomó un folleto sobre cuidado preventivo. Lo repasó y comentó que no recordaba la última vez que se había realizado alguna de las pruebas recomendadas. “Simplemente me fui quedando rezagado”, dijo, sacudiendo la cabeza.
Más tarde, en una celebración comunitaria por el Juneteenth, el personal del Centro Cutler reclutó a nuevos pacientes, en su mayoría a través de esposas y novias que se acercaban a su estand. Los trabajadores de divulgación bromeaban con los posibles miembros, al tiempo que se aseguraban de que las nuevas inscripciones se completaran ahí mismo y se ingresaran de inmediato en el sistema del centro para hacer llamadas de seguimiento al día siguiente. Jennifer Muehle, la coordinadora del programa, recorría el lugar y en un momento se detuvo a conversar con una agente inmobiliaria local que ofrecía cursos. Al tomar su tarjeta, comentó: “Esto sería bueno para los hombres”.
“Incluso para quienes no se convencen tanto del concepto de hombría precaria, seguimos viviendo dentro de un sistema en el que tiene consecuencias”.
Joseph Vandello
Sin duda, la biología básica influye en las diferencias entre la esperanza de vida masculina y femenina. Tener dos cromosomas X, como las mujeres, hace que el sistema inmunitario sea más fuerte, porque muchos genes relacionados con el sistema inmunitario están ligados al cromosoma X. La testosterona, que los hombres producen en mayores cantidades, también puede debilitar la inmunidad; esto podría explicar en parte por qué la covid parece enfermar más a los hombres. Las mujeres producen mucho más estrógeno, al menos antes de la menopausia, lo que podría ayudar en la protección contra enfermedades como las cardíacas.
Sin embargo, las diferencias biológicas por sí solas no explican la gran discrepancia entre la esperanza de vida masculina y femenina. Tampoco significa que debamos aceptarlo, dice Robert Califf, comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos bajo los presidentes Barack Obama y Joe Biden. “Con la medicina moderna, biología no equivale a destino”, argumenta Califf. “Se intenta hacer algo al respecto”.
Para comprender mejor los retos que enfrentan los hombres respecto a su salud, es útil examinar la manera en que las expectativas de la sociedad en torno a la masculinidad y la hombría moldean la psicología de los hombres y cómo esto, a su vez, fomenta comportamientos que afectan a su salud en general. La “masculinidad tóxica” se ha convertido en un término generalizado para las palabras y acciones de los hombres, que van desde lo profundamente destructivo, como la agresión sexual y la conducción temeraria, a lo meramente irritante: frases tontas para ligar o presumir los músculos en el gimnasio. Pero cuando los investigadores empezaron a utilizar el término, se referían a algo más acotado y específico: un conjunto de conductas masculinas dañinas avaladas culturalmente y caracterizadas por rasgos tradicionales rígidos, como la dominación, la agresividad y la promiscuidad sexual. Los hombres que están atrapados en la caja de la masculinidad, como a veces se le llama, son menos propensos a buscar atención médica y más propensos a adoptar comportamientos de riesgo perjudiciales para su salud, como beber en exceso o consumir drogas. También tienen más probabilidades de sufrir accidentes de tráfico graves, ser víctimas de la violencia y tener pensamientos suicidas, como lo ha demostrado el trabajo de Equimundo, una organización de investigación y defensa enfocada en los niños y los hombres, y muchos otros.
Incluso los atributos aparentemente positivos asociados a la masculinidad tradicional, como mantener a la familia —que el 86 por ciento de los hombres estadounidenses consideran la principal definición de ser hombre, según un informe de Equimundo de 2025— pueden tener consecuencias negativas para la salud; podrían anteponer el trabajo a la atención médica, sobre todo en los hogares más pobres en los que el empleo estable puede escasear, o podrían aceptar trabajos peligrosos o jornadas extremas.
Pero, ¿por qué algunos hombres se aferran tanto a estas nociones culturales sobre la masculinidad que los llevan a empeorar su salud? La respuesta podría encontrarse en lo frágil que puede sentirse la propia virilidad.
Para captar este concepto, dos profesores de psicología de la Universidad del Sur de Florida, Jennifer Bosson y Joseph Vandello, popularizaron el término “hombría precaria” en 2008. Basándose en las ideas del influyente libro de 1990 de David Gilmore, Manhood in the Making, se propusieron entender mejor la manera en que la inseguridad que rodea a la hombría moldea los comportamientos masculinos, sobre todo los que pueden ser perjudiciales para la salud. Descubrieron que la gente ve la hombría como un estatus social que hay que ganarse y que puede perderse, mientras que la feminidad es vista como una transición biológica permanente; no existe un equivalente femenino, por ejemplo, para “pórtate como hombre” o “sé hombre”. Es por eso que no podemos decirle simplemente a la sociedad que deje de enseñar comportamientos masculinos tóxicos a los chicos sin comprender las presiones a las que se enfrentan, afirma Bosson. “A los hombres se les cuestiona su hombría de formas que a las mujeres no”, afirma. “Si ignoras esa parte, estás ignorando información importante”.
En una ingeniosa serie de experimentos, Bosson, Vandello y sus colegas descubrieron que los hombres que hacían una tarea tradicionalmente femenina —trenzar el cabello de un maniquí— después respondían con una mayor agresividad física. En un experimento, dieron puñetazos con más fuerza a una almohadilla y, en otro eligieron realizar una actividad más agresiva, como el boxeo, en lugar de resolver acertijos. En contraste, los hombres que emprendieron una tarea neutra —trenzar una cuerda— mostraron respuestas menos agresivas. Curiosamente, cuando los hombres se comportaban de manera agresiva después de la actividad más femenina, su ansiedad parecía disminuir. (Se dijo a los participantes que las sesiones serían grabadas, para aumentar su preocupación por ser juzgados). En un experimento anterior relacionado, los hombres a los que se les dijo incorrectamente que sus resultados en las pruebas indicaban que eran más femeninos mostraron una mayor sensación de amenaza y ansiedad, un efecto que no se observó en las mujeres cuando se les dijo que eran más masculinas. En conjunto, estos estudios sugieren un guion cultural implícito: cuando la virilidad se siente precaria, los hombres podrían recurrir a la agresión para reafirmar su estatus.
En todo el mundo, en los países donde la hombría precaria se siente con más fuerza, los hombres tienden a tener tasas más altas de conductas de riesgo para la salud y menor esperanza de vida. Donde estas creencias son más fuertes entre los más de 60 países estudiados, la esperanza de vida masculina es alrededor de 6,7 años menor que en los países donde son más débiles; incluso después de tomar en cuenta factores como la riqueza, la igualdad de género y la cantidad de médicos. Estados Unidos ocupa un lugar más alto en las creencias precarias sobre la virilidad que otros países como España, Alemania y Finlandia; en consecuencia, los hombres estadounidenses mueren más jóvenes. Un artículo que se publicará próximamente explica cómo fue que investigadores como Bosson y Vandello descubrieron que cuanto más firmemente respalda un país la hombría precaria, es más probable que sus hombres mueran por causas de alto riesgo —ahogamientos, accidentes, homicidios— y por causas de riesgo moderado, como el cáncer de pulmón provocado por el tabaco.
“Estados Unidos, en comparación con otros países, tiene normas más rígidas” para la hombría, dice Griffith. “Forma parte de nuestros valores nacionales”. Los datos muestran que, en general, las opiniones de los hombres sobre la virilidad se están volviendo más restrictivas que lo que eran hace poco. Mientras que hace una década, Vandello pensaba que la sociedad estadounidense podría estar cambiando y que la hombría parecía estarse volviendo menos precaria, el clima político actual ha invertido esa trayectoria. Investigadores de la Universidad de Nueva York descubrieron que los hombres con una psicología de hombría precaria más fuerte eran más propensos a apoyar a Donald Trump y a otros republicanos. Algunos hombres de la extrema derecha política son “cómicamente inseguros respecto a su propia hombría”, me dijo Vandello. El presentador de Fox News Jesse Watters tiene una serie de reglas para los hombres, que incluyen consejos como “no comas sopa en público” y “no bebas con popote”.
“Incluso para quienes no se convencen tanto del concepto de hombría precaria, seguimos viviendo dentro de un sistema en el que tiene consecuencias”, afirma Vandello. “Sigue siendo algo social”. Estas ansiedades profundamente arraigadas sobre la hombría ahora encuentran una nueva expresión y amplificación en los espacios digitales modernos que muchos hombres habitan actualmente. “La necesidad de demostrar que eres un hombre de verdad, no sé si está cambiando en Occidente ahora mismo”, dice Bosson. Ella alude a la llamada “manosfera” —la constelación de hombres influyentes que promueven una visión estrecha y tradicional de la masculinidad— y dice: “De hecho, podría estar empeorando”.
En un sketch reciente, Saturday Night Live imaginó un estudio de pódcast estilo Joe Rogan como un consultorio médico en el que el presentador, quien lucía un peinado mullet tipo Theo Von, era un médico, y sus ayudantes eran asistentes médicos. Bromeaban con sus invitados, que eran pacientes varones, e incluso llamaban “máquina de medir bíceps” al tensiómetro. Era un ambiente cómodo en el que los hombres podían “pues, pasar el rato”, dijo un paciente. Como reconoce este sketch, los pódcast de la manosfera parecen ofrecerles a los hombres una sensación de ser comprendidos, de pertenencia. Crean la ilusión de un par de chicos pasando el rato en una sala de estar, comenta Matthew Motta, profesor de política de salud de la Universidad de Boston. Y son divertidos; muchos de los influentes más importantes de la manosfera solían ser cómicos. Whitney Phillips, profesora de medios de comunicación de la Universidad de Oregón, afirma que el atractivo de la manosfera revela lo que muchos hombres sienten que les falta en su vida cotidiana: conexiones significativas. “Se sienten atraídos por situaciones en las que pueden vivir un Cheers en versión pódcast”, dice Phillips; el mismo tipo de familiaridad cómoda que también busca evocar el Centro Cutler para Hombres.
Un miércoles por la noche de junio, el Centro Cutler organizó una “Noche de Caballeros” con temática de casino. Al inicio de la velada, los hombres deambulaban solos en su mayoría. Uno llegó directamente de su trabajo en tecnología. Un joven con una gorra roja de los Cardenales de San Luis pasó por ahí tras ver el evento en las redes sociales, a pesar de que él recibía atención médica en otro lugar. Un hombre mayor con camisa de cuadros me dijo que apreciaba que esto fuera “solo para chicos”. Luego señaló a Hall, quien charlaba con dos hombres más jóvenes cerca de ahí mientras comían minihamburguesas. “Me gusta ver a mi médico afuera”, dijo. “Es otro lado que ves y que te hace sentir más cómodo”.
Todos los hombres que conocí parecían buscar algún tipo de compañía masculina, algo que un participante de unos 60 años que lucía una camiseta tipo polo estampada con palmeras y veleros me dijo explícitamente: “Ustedes las mujeres tienen un montón de cosas a las que van. Los hombres no tenemos nada, y cuando vamos a algún sitio, solo nos quedamos mirando, aburridos”. A medida que avanzaba el evento se reunió un grupo numeroso que incluía al tipo de la gorra de los Cardenales y a los hombres mayores. Por un buen rato estuvieron sentados alrededor de la mesa de blackjack, riendo y soltando gritos de entusiasmo.
El Centro Cutler ofrece un flujo constante de eventos de este tipo. Ha celebrado competiciones atléticas y sesiones de entrenamiento en su campo de fútbol americano, y ha impartido clases sobre cómo ser abuelo, administrar las finanzas e incluso asearse. Algunos hombres han entablado amistad en estos actos y se han seguido viendo fuera del centro. Bastantes han llegado a pedir que se organicen reuniones de solteros, una sugerencia que el personal está analizando.
Sobre todo, Ponsky quiere que el centro, al que califica de empresa emergente, produzca efectos medibles. “Si no movemos la aguja, entonces esto solo es relleno”. Hasta ahora, la aguja parece moverse: los afiliados al centro tienen casi un 40 por ciento más de probabilidades de haber acudido a una visita médica programada en el último año; el 82 por ciento tiene un médico de atención primaria, frente a una media nacional cercana al 70 por ciento. Esto podría traducirse en mejores resultados de salud: los miembros del centro tienen un 35 por ciento más de probabilidades de tener el azúcar en sangre bien controlada. Quizá lo más revelador sea que los hombres están empezando a encargarse de su propia salud. “He notado un cambio”, dice O’Brien. “Cuando empezamos, muchas esposas llamaban. Ahora más hombres llaman ellos mismos”. Pensé en mi paciente con cáncer de colon. Había intentado llamarle después de su visita a urgencias, pero en su historial médico solo figuraba el número de su mujer. Entonces hablé con ella.
Aunque hay otros centros de salud masculina en Estados Unidos, pocos, si no es que ninguno, se parecen al enfoque amplio y particular del Centro Cutler en un espacio claramente diseñado para hombres. Los expertos con los que hablé no pudieron nombrar ningún otro que se le pareciera. Algunos centros de salud masculina funcionan principalmente como ventanillas únicas donde los hombres pueden acceder a múltiples proveedores en un solo lugar. Otros están especializados en prestar servicios urológicos y de salud sexual. También me encontré con bastantes de los llamados centros de salud masculina que no parecen prestar mucha atención médica en absoluto, sino que ofrecen procedimientos para alargar el pene y terapia de testosterona para la vitalidad.
Sin embargo, por ambicioso y diferente que sea el Centro Cutler, es probable que su modelo no pueda solucionar por sí solo la crisis general de la salud masculina, incluso si se reproduce en muchos lugares más. Para empezar, los hombres de las zonas rurales viven lejos de las áreas donde se concentran los servicios de atención médica, que es donde probablemente se construirían estos centros, si es que se construyen. Pero un dilema más fundamental es que solo atraer a los hombres al sistema de salud probablemente no sea suficiente. La salud de los hombres nunca mejorará significativamente si los esfuerzos se limitan a la medicina, me dijo Griffith. “Sabemos que el uso de la atención médica es fundamental, pero no es el principal factor que determina si alguien vive o muere”, dice Griffith. “Son las cosas que ocurren consistentemente en su vida cotidiana, no solo cuando cruza las puertas de un sistema de asistencia médica”.
“Cuando empezamos, muchas esposas llamaban. Ahora más hombres llaman ellos mismos”.
Sara O’Brien
Los hombres estadounidenses no son los únicos que mueren más jóvenes; la diferencia de esperanza de vida entre hombres y mujeres existe en todo el mundo. Pero lo que sí es diferente es que otros países han hecho mucho más a nivel nacional para intentar avanzar en la mejora de la salud de los hombres. Unos pocos, como Irlanda, Australia y Brasil, han desarrollado políticas nacionales de salud masculina. Desde que Irlanda introdujo su estrategia en 2008 —la primera del mundo— ha hecho un progreso considerable en la esperanza de vida masculina, superando a la mayoría de las naciones europeas. Uno de los avances del país se ha producido en los lugares de trabajo, donde se ha logrado que los empresarios de sectores en los que predominan los hombres, como la agricultura y la construcción, den prioridad a la salud masculina. “Cuando empezamos hace 20 años, encontramos mucha resistencia”, me dijo Noel Richardson, uno de los principales responsables del plan de salud masculina de Irlanda. “Ha habido un cambio radical. La salud masculina se ha generalizado y normalizado como algo a lo que todos debemos aspirar”.
El gobierno nacional de Australia ha invertido mucho en los men’s sheds, que son espacios comunitarios destinados específicamente a reducir la soledad masculina, donde hombres de todas las edades se reúnen y realizan actividades como la carpintería. Se ha demostrado que los men’s sheds tienen beneficios importantes para la salud. Pero sin un respaldo gubernamental comparable, las iniciativas similares no trascienden en Estados Unidos, afirma Mark Winston, presidente de la US Men’s Shed Association. “Nadie en Estados Unidos está invirtiendo realmente en esto”, me dijo. Incluso ha habido resistencia: a un grupo de organizadores se les aconsejó no llamar a su iniciativa men’s shed, y la renombraron como community shed.
Hay algunos primeros indicios de un cambio en la sociedad estadounidense: recientemente, Melinda French Gates creó una iniciativa de financiación de la igualdad de género que incluía a Reeves, del Instituto Estadounidense para Niños y Hombres, y a Gary Barker, presidente y director ejecutivo de Equimundo. Sin embargo, Reeves reconoce que, hasta ahora, estos esfuerzos son escasos. “La sociedad y las instituciones tardarán un tiempo en ampliar la apertura a través de la cual miran el género para incluir a los hombres”, afirma.
En un momento durante mi visita al Centro Cutler, no pude evitar pensar: “¿Todo esto solo para que los hombres hagan lo que deberían estar haciendo de todos modos?”. Pero en urgencias, donde tan a menudo veo a los pacientes cuando ya es demasiado tarde —incluso en sus últimas horas—, la respuesta es clara. Este mes, diagnostiqué a un hombre con cáncer nasofaríngeo avanzado, después de que sufriera en silencio durante la mayor parte del año sin que nadie lo supiera. No mucho antes, atendí a un hombre por un infarto grave; hasta ese momento su expediente médico estaba completamente vacío. A otros los llevaron cargando después de una sobredosis o un intento de suicidio que sus familias nunca pudieron prevenir. Y hay más hombres en camino.