Se les acababa el tiempo a Robert Iger y a su equipo directivo de Disney y la cadena ABC.

Jimmy Kimmel, una de las mayores estrellas de la empresa, se preparaba para grabar la edición del miércoles de su programa nocturno en Hollywood a las 4:30 p. m. Había escrito un monólogo que abordaría directamente la tormenta política en el panorama.

Los conservadores habían acusado a Kimmel de caracterizar de manera errónea la tendencia política del hombre acusado de matar al activista de derecha Charlie Kirk. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés) acababa de advertir a la ABC de graves consecuencias y le dijo a la cadena que “podemos hacer esto por las buenas o por las malas”. Y un propietario texano de muchas filiales de la ABC se disponía a retirar a Kimmel de sus emisoras indefinidamente.

Iger, consejero delegado de Disney, y Dana Walden, su directora de televisión, también tenían noticias de anunciantes y empleados temerosos que habían empezado a recibir mensajes amenazadores. Cuando el equipo revisó los comentarios que Kimmel tenía planeados, les preocupó que su monólogo no hiciera sino exacerbar aún más la situación.

Así que tomaron la decisión: Jimmy Kimmel Live se suspendería temporalmente.

Esta decisión —producto de una telaraña de presiones políticas y financieras entrelazadas, ejercidas sobre una de las mayores empresas del país— se convirtió con rapidez en un caso álgido sobre la libertad de expresión en Estados Unidos. Muchos demócratas, actores y comediantes se lamentaron, mientras que activistas de derecha lo celebraron. En un viaje diplomático al Reino Unido, el presidente Trump criticó a Kimmel por sus “malos índices de audiencia” y proclamó que la ABC “debería haberlo despedido hace mucho tiempo”.

“Puedes llamarlo libertad de expresión o no”, dijo Trump. “Lo despidieron por falta de talento”.

Kimmel, de hecho, no fue despedido. ABC retiró su programa “indefinidamente”, pero los ejecutivos de la cadena esperaban el jueves encontrar una vía para que su estrella nocturna volviera pronto al aire.

Este recuento se basa en entrevistas con más de media docena de personas estrechamente implicadas en las deliberaciones que condujeron a la repentina ausencia de Kimmel. Todos solicitaron el anonimato para compartir detalles de conversaciones privadas y políticamente tensas.

Que Kimmel vuelva o no —y cómo van a cambiar los mundos de los medios de comunicación y del espectáculo a raíz de los acontecimientos de esta semana— depende en parte de un entorno político impredecible y sumamente emocional. Pero eso también tiene que ver con la intervención del gobierno de Donald Trump en un aspecto poco conocido de la industria televisiva: la relación entre las emisoras locales afiliadas y las cadenas nacionales, y las ambiciones de una empresa texana de hacerse con una porción aún mayor del mercado de la radiodifusión.

Brendan Carr, el presidente de la FCC que advirtió el miércoles que los comentarios de Kimmel eran un “asunto muy, muy serio” para Disney, se ha desmarcado de sus predecesores al criticar abiertamente los programas de televisión que, en su opinión, muestran un sesgo contra los conservadores.

En su programa del lunes, Kimmel dijo que “la pandilla MAGA” intentaba caracterizar al tirador acusado, Tyler Robinson, “como cualquier otra cosa que no sea uno de ellos”. Las autoridades han dicho que Robinson se oponía al “odio” de Kirk, pero no han dado más detalles; la madre del sospechoso dijo que su hijo se había pasado recientemente a la izquierda política.

Del mismo modo que el gobierno de Trump ha utilizado palancas arcanas del gobierno para tomar medidas enérgicas contra determinadas instituciones —como privar a las universidades privadas de fondos federales para investigación—, Carr tiene influencia sobre el control que ejerce la FCC en las licencias de emisión, que determinan quién puede ser propietario de emisoras de televisión locales.

Carr, un experimentado regulador republicano que ayudó a redactar el Proyecto 2025, el manual de políticas conservadoras de la Fundación Heritage, ha animado a las emisoras locales a “contraatacar” a las cadenas nacionales que, en su opinión, generan una programación de tendencia izquierdista. Una portavoz de Carr no quiso hacer comentarios para este artículo.

Un gran propietario de emisoras locales, Nexstar, está a punto de cerrar una fusión de 6200 millones de dólares con otra empresa, Tegna. El acuerdo crearía un conglomerado de 265 emisoras de televisión en 44 estados y requiere la aprobación de la FCC de Carr.

Nexstar dio el primer golpe el miércoles cuando dijo que retiraba Jimmy Kimmel Live! porque “se opone firmemente a los recientes comentarios de Kimmel”. (Un portavoz de Nexstar dijo el jueves que la empresa no había consultado primero con la FCC). Sinclair, otra empresa propietaria de muchas emisoras locales, no tardó en seguir esos pasos.

Las cuatro grandes cadenas de televisión —ABC, CBS, NBC y Fox— dependen de sus emisoras locales afiliadas para tener alcance nacional. Durante años, la dinámica fue relativamente sencilla: las cadenas proporcionaban la programación y las afiliadas la emitían, a menudo con muy poca resistencia. Ted Harbert, exejecutivo de alto rango de ABC y NBC, dijo que la revuelta de las afiliadas del miércoles era “increíblemente inusual”.

“Es casi inaudito dejar que una filial le diga a la cadena cómo programar”, dijo.

Pero las relaciones entre las cadenas de televisión y sus grupos afiliados se han vuelto cada vez más tensas en los últimos años, dijo John Chachas, fundador de Methuselah Advisors, una empresa especializada en fusiones y adquisiciones.

Los grupos de emisoras locales quieren maximizar las ganancias de las tarifas que les pagan los operadores de cable y satélite por emitir su programación. Pero las cadenas como ABC, que venden programas a esas emisoras, quieren una mayor tajada para sí mismas. La decisión de suspender a Kimmel puede haber significado para Nexstar y Sinclair enviar un mensaje como negociadores duros, dijo Chachas.

“Si un número suficiente de emisoras afiliadas de mercado a gran escala lo sacan del aire, la viabilidad económica del programa de Kimmel se verá gravemente perjudicada”, dijo Chachas sobre las emisoras afiliadas.

Esta no era la única preocupación de Disney. Los empleados de Disney estaban recibiendo amenazas, y algunos dijeron que sus direcciones de correo electrónico se habían publicado en plataformas de redes sociales, según las personas con conocimiento de las discusiones internas. La empresa también recibió una avalancha de mensajes airados del público y promesas de boicotear los productos de Disney, sobre todo después de que Carr criticara a Kimmel en un popular pódcast de derecha.

A los ejecutivos de Disney también les preocupaba que el monólogo de Kimmel del miércoles por la noche empeorara una situación incendiaria. Años antes, Kimmel había amenazado una vez con abandonar su programa después de que la ABC le sugiriera que suavizara sus chistes sobre Trump.

Y luego estaba la presión del tiempo: el público estaba a punto de empezar su ingreso en el estudio de Kimmel en Hollywood.

Iger y Walden decidieron suspender temporalmente el programa.

Disney gestiona el mayor estudio de televisión y cine de Hollywood, y a muchos de sus socios creativos les repulsó la decisión, al considerarla una amenaza potencial a su propia libertad de expresión. Al menos cinco sindicatos de Hollywood, que representan colectivamente a más de 400.000 trabajadores, condenaron públicamente a la empresa.

El sindicato de guionistas denunció lo que calificó de “cobardía empresarial” y organizó una protesta el jueves por la tarde ante la puerta principal de la sede de Disney en Burbank, California. Damon Lindelof, creador de Lost de ABC, dijo en las redes sociales que si el programa de Kimmel no volvía de la suspensión, no podría “trabajar con la conciencia tranquila para la empresa que la impuso”.

Hace dos meses se produjo un revuelo similar, después de que la CBS decidiera cancelar el programa nocturno de Stephen Colbert, y la reacción de Kimmel a ese anuncio pareció presagiar lo que pronto le ocurriría a él.

Cuando Kimmel volvió para su primer programa tras la cancelación de Colbert, recibió una fuerte ovación y abrió su monólogo diciendo: “Yo también me alegro de que sigamos teniendo un programa”.

Kimmel leyó entonces en voz alta una publicación de Trump en las redes sociales: “Jimmy Kimmel es el PRÓXIMO en irse en la Lotería de Programas Nocturnos sin talento”.

“Lo cual es alarmante”, dijo Kimmel, entre risas, “porque, no sé si lo sepan, pero Jimmy Kimmel soy yo”.

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