Conocí a Caro Quintero, el ‘narco de narcos’ un fin de semana por casualidad cuando tenía casi 16 años. Probablemente fue antes de que huyera a Costa Rica por su participación en el asesinato del agente encubierto Enrique Camarena. Lo que relataré aquí no es ficción, por si usted lo duda. Inclusive, unos amigos y yo jugamos voleibol con él y su entonces novia, una preciosa señorita menor que él. Por las fechas, debió ser Sara Cosío Vidaurri; hija de Octavio Cesar Cosío, exsecretario de Educación de Jalisco, y sobrina de un exgobernador; Guillermo Cosío Vidaurri.

Resulta que un amigo universitario nacido en la capital de Chihuahua, proveniente de una acaudalada familia minera por generaciones del estado grande, estaba conmigo en la Universidad de El Paso, Texas -casa de los mineros- y me invitó a Lago Colina, cerca de Camargo, Chihuahua, a esquiar en agua. Lago Colina es un pueblo turístico en donde los hijos de la élite chihuahuense se divierten hasta la fecha, y es precioso durante el cálido clima de verano. El día era soleado y perfecto para nadar.

Yo nunca había hecho eso, pero siempre he sido aventado, así que invité a otro camarada para que me acompañara, y partimos hacia el norte de Ciudad Juárez. Éramos muy jóvenes y estábamos ávidos de aventuras. Manejamos toda la noche para amanecer un sábado en una cabaña rústica enseguida del lago; después de una excitante noche en el Elecric Q, por entonces la discoteca de moda. Un lugar que, en los ochentas, se podía amanecer bailando al ritmo de Luis Miguel y su canción: la chica del bikini azul.

Ahí ya estaban hospedados mi amigo con otros cuates que no conocía. El líder del grupo, y al parecer dueño del lugar, era nada más y nada menos que el nieto de un famoso acaudalado empresario chihuahuense, al que me presentaron. La cabaña contaba con un embarcadero, y una lancha rápida de lujo. Lujosas camionetas nuevas con cuatrimotos montadas en sus respectivas cajas estaban estacionadas afuera.

Después de dormir un par de horas, pues a lo que íbamos: a esquiar. Cuando me tocó el turno, me eché al agua para ponerme los esquíes. Yo era muy atlético entonces. No sé cómo, pero al arrancar la lancha me levanté del agua. Yo me sentía en el paraíso. Luego el líder, quien manejaba, de repente aceleró, y que me caigo de panzazo. Al salir del agua encuentro a todos riéndose y burlándose de la bromita que me hicieron. Todo en un clima de diversión totalmente sano.

Después de divertirnos un par de horas, encallamos en otra cabaña del otro lado del lago. Sorpresa, ahí estaba Caro Quintero muy tranquilo jugando voleibol con su novia en una cancha de pastos verdes. Entonces yo no sabía quién era. Mi primera impresión fue que era un hombre maduro, en sus treintas, alto, delgado, elegante, amable y muy bien parecido (6 pies de altura al menos). Su cabello abundante y oscuro ya pintaba un mechón plateado desde la raíz de su copete.

¡Yo que iba a saber que era el narcotraficante más buscado y cofundador del Cártel de Jalisco!

Lo que sí puedo afirmar es que en esos tiempos los narcotraficantes de Juárez y Chihuahua se mezclaban entre la élite, lo sé por experiencia propia. Yo solo era un estudiante muy vago, pero eran otros tiempos. Desafortunadamente varios conocidos y amigos míos no sobrevivieron la época, y ya están prematuramente bajo tierra. Lo que hoy sé sobre Quintero es solo lo que leo en los tabloides o lo que vi en la histórica serie de Netflix sobre narcos mexicanos, basada en hechos reales, pero que al final es ficticia; aunque me parece que, en esta ocasión, la historia puede ser cercana a la realidad. Solo Quintero sabe si él es el autor intelectual del asesinato de Enrique Camarena, el agente infiltrado de la DEA en México; o como se rumora en diferentes círculos, solo fue un chivo expiatorio, y el responsable real estaba más arriba en la jerarquía del poder. Por lo pronto, antier se declaró no culpable de los cargos que enfrenta en EU después de estar en la cárcel por décadas en México. Según la serie, queda claro que Quintero era más bien un experto agricultor de mariguana, con gran visión empresarial. Pero eso es ficción, ¿qué no?

Antes claro, todo era diferente. Carlos Salinas de Gortari se negó a extraditar a Quintero alegando cuestiones de soberanía nacional, pero seguramente porque tenía cola que le pisen. Lo digo porque sé por una fuente muy cercana en Camargo que Gortari visitaba esa ciudad de vez en cuando, de donde provienen algunos de sus ancestros españoles, y que se localiza muy cercana al lago Colina, siempre acompañado de militares. Las malas lenguas decían que ahí se reunía con los meros meros del narco de Chihuahua. Hoy la inteligencia de EU está metida en México hasta la cocina, no me queda duda. Los cárteles mexicanos (pero no los norteamericanos) hoy están siendo satanizados más que nunca por la justicia estadounidense conservadora, utilizando narrativas y discursos cada vez menos rigoristas para justificar su intervencionismo global y tomar ventaja contra sus oponentes poder políticos.

Al parecer, no pasó mucho tiempo después de que conocí al Capo que fue arrestado en Costa Rica, gracias a una llamada interceptada a su pareja en Centroamérica. Ahora, bajo las nuevas leyes norteamericanas, Quintero pudiera ser también condenado a la pena de muerte, al igual que “El Mayo”, esto junto con varias decenas de extraditados que recientemente ya han sido entregados a los EU por el gobierno mexicano; que ahora bajo el mando de Trump, ha decidido que van por los principales cárteles, sin importar la relación bilateral. A ellos no les interesa el asunto de jurisdicción ni la soberanía mexicana desde hace mucho tiempo, a pesar de que la presidenta Sheinbaum haga un esfuerzo mediático por defenderla públicamente, mientras que al mismo tiempo ceda ante la justicia gabacha entregándoles lo que piden.

Muy recientes son las amenazas del capo de capos, “El Mayo”, de soltar toda la sopa si el gobierno mexicano no lo regresa a México para ser procesado en su país. Se supone que conoce mucho de la historia de corrupción y narcotráfico de las últimas tres o cuatro décadas, y que involucra a empresarios, políticos, gobernadores y alcaldes de México. Sea como sea, la paranoia debe estar al máximo para algunos.

En los ochentas, Quintero fue administrador y socio del inmenso rancho ‘El Búfalo’, todo bajo las narices de la justicia estatal y los gobiernos responsables de esa época. Se calcula que más de diez mil jornaleros trabajaban y vivían ahí. Era inmenso. Con el asesinato de Enrique Camarena, su agente infiltrado en Guadalajara, la DEA lo tomó personal y juró venganza. Parece que así será, a pesar de las décadas que ya pasaron. El mensaje es claro. Ahora, después de tanto criminal extraditado hacia EU, las carpetas de investigación de la DEA sobre cómo funcionan los narcotraficantes mexicanos seguramente serán ampliadas.

Volviendo al caso de “El Mayo”, Sheinbaum no tuvo opción. Estados Unidos, como afirma su abogado Frank Perez, técnicamente no fue detenido; sino secuestrado de manera ilegal, violándose sus derechos constitucionales como mexicano.

Veremos en qué termina esta teatral saga. Una cosa es hablar, y otra probar las cosas en corte. Todo dependerá de las evidencias presentadas y de las negociaciones políticas y económicas binacionales. Lo cierto es que esta historia todavía dará mucho de qué hablar. Mientras tanto, ya me imagino la paranoia que varios empresarios y funcionarios mexicanos estarán sintiendo, en ambos lados de la frontera.

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