Los domingos por la mañana generalmente los utilizo para ojear algunos diarios digitales. Me despierto temprano, me preparo un café y me acomodo en la cabecera del comedor. De esta manera, mientras la casa se encuentra todavía apacible disfruto del café y de algunas lecturas. Lamentablemente, la apacibilidad del pasado domingo duró muy poco. No fue porque pasara algo particularmente excepcional dentro de la casa o algo similar. No, mi intranquilidad llegó cuando leí el encabezado de la nota que aparecía en primerísima plana del diario El País: “Los niños olvidados de Ciudad Juárez… Una generación que solo ha conocido la violencia”.

Tuvo que ser un medio de comunicación internacional el que pusiera el dedo en la llaga y diera notoriedad al grave problema que tenemos en la ciudad. A decir verdad, era un aspecto de Juárez que yo desconocía. Si bien es algo que se podía intuir después de los periodos extensos de violencia que hemos padecido, el reportaje en cuestión recolecta datos duros. La niñez juarense expuesta al crimen organizado, víctima de abusos sexuales y con serios problemas de adicciones.

Niños de 14 años empistolados trabajando como coyotes reclutados por el crimen organizado. Niños y niñas se convierten en presas fáciles con padres ausentes y con el Estado mirando hacia otro lado. Los niños de estas edades resultan atractivos para captar. Debido a su corta edad son difíciles de procesar legalmente. Lo común es que si son aprehendidos por las autoridades al poco tiempo sean liberados. Puestos en libertad en las mismas calles y con las mismas amistades. Con la diferencia de que ahora traen un bagaje criminal aprendido dentro y que buscan poner en práctica.

Pero eso no es todo ni quizá lo más grave. De acuerdo con datos de la Fiscalía Especializada de la Mujer, los delitos sexuales son los que sufre la niñez juarense en mayor medida. Más de mil victimas solo el año pasado. Más de mil historias que contar, averiguar y castigar. El reportaje narra una de esas historias. Dos hermanitos (un niño y una niña) que fueron violentados durante seis años por la pareja de su mamá. El contexto en el que se dio contiene elementos comunes a otros abusos. La mamá decide terminar con el papá de los niños por la violencia que sufre, conoce a alguien en la maquila y lo lleva a vivir a su casa, que es donde se cometen los abusos. Es decir, el victimario vivía bajo el mismo techo que sus víctimas. Los testimonios de los niños son tan atroces que me es imposible teclearlos. ¿Cuáles fueron las secuelas? Deterioro cognitivo como resultado del trauma que les impide leer o escribir -a pesar de ya haber aprendido-, pensamientos suicidas, además de impactos emocionales de por vida.

360 niñas menores de 10 años fueron víctimas de algún tipo de agresión sexual el año pasado en Ciudad Juárez y 633 denuncias por trata de mujeres y niñas (datos de Red Mesa de Mujeres). El suroriente de nuestra ciudad es la zona donde existe mayor incidencia de estos delitos. Violencia familiar normalizada, viviendas tan pequeñas que hacen imposible tener privacidad, padres y madres ausentes por largas jornadas laborales son algunas de las causas. ¿Qué otras cosas en común tiene este punto de la ciudad? Pocos lugares para el cuidado de los niños, pocas escuelas de nivel medio y superior, pocos parques, pocos sitios recreativos y nulas bibliotecas. Todo eso provoca que el suroriente de la ciudad sea un caldo de cultivo.

“Cuando se nace en Ciudad Juárez, específicamente en alguna colonia periférica y se crece entre las carencias y la violencia, los caminos son pocos” ¿Qué hacer? Hace falta intervenir esas zonas. Mas escuelas, más parques, más teatros, más bibliotecas, más atención. También es necesario dotar de más recursos a las autoridades. Con una Fiscalía de la Mujer donde trabajan únicamente 14 agentes, cada una tiene que encargarse de hasta 1,200 casos. Imposible. Considero que estos son los temas que deberían dominar la conversación pública, inundar las redes sociales y encontrarse en los encabezados de los diarios. No las declaraciones fuera de lugar de un futbolista. La ciudad nos está gritando, solo hace falta que queramos escucharla.

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