El conservadurismo en los campus universitarios tradicionalmente ha mezclado un intelectualismo con chaqueta de tweed, provocaciones diseñadas para generar impacto y un entrenamiento implacable para futuros operadores del Partido Republicano. Todas estas formas —y lo digo con un afecto familiar— han tendido a atraer a nerds, inadaptados y excéntricos, marginados del campus, gente intrínsecamente poco “cool”.
Charlie Kirk, asesinado el miércoles mientras hablaba con estudiantes en la Universidad del Valle de Utah, construyó su carrera y reputación organizando un tipo distinto de conservadurismo universitario: amante de la diversión, masculino, bullicioso, mainstream, incluso tenuemente cool. Parecía un tipo que sería popular en el campus, que sería invitado a las buenas fiestas, que tendría amigos fuera del activismo político, que no se limitaría a aparecer con un moño planeando cómo apoderarse de los Jóvenes Republicanos. El hecho de que él mismo hubiera abandonado la universidad, dejándola temprano para fundar Turning Point USA, fue casi el toque perfecto: no hay nada más normal en Estados Unidos que elegir una buena oportunidad empresarial en lugar de cursar los cuatro años completos de licenciatura.
De esta manera, fue primero un presagio y luego una encarnación del populismo de la era Trump: un portavoz de una derecha juvenil que parecía tanto más rebelde como más relajada (como un buen espacio de convivencia universitaria) a medida que el progresismo se volvía más institucionalmente dominante y rígido, y que tenía un atractivo particular para los jóvenes varones no especialmente ideológicos.
Pero Kirk no abandonó el costado nerd y polemista del conservadurismo en los campus; intentó abrazarlo y vivirlo también, presentándose en sus giras universitarias dispuesto a debatir y discutir públicamente con cualquiera, ya fuera liberal, de la extrema izquierda o incluso de una derecha más radical.
Y lo que defendía, en general, no era una forma extrema o esotérica de política de derecha. No era una escuela en sí mismo, ni un aspirante a filósofo del nacionalismo o un profeta del posliberalismo. Pertenecía y maniobraba dentro de la corriente principal del conservadurismo de la era Trump, lo cual significaba que podía ser combativo y pendenciero y decir cosas extremas (esto es 2025, después de todo), pero permanecía más cerca de un votante republicano común que de la vanguardia hiperconectada.
Se suponía que lo entrevistaría el próximo mes, para mi pódcast “Tiempos interesantes”. El programa suele enfocarse en los extremos de nuestro momento, en la apertura de posibilidades radicales y reaccionarias.
Pero me interesaba hablar con Kirk sobre la estabilización: si puede haber un verdadero centro para el conservadurismo mientras avanzamos hacia los últimos años del presidente Donald Trump y lo que venga después; si su persona en particular, y especialmente su evolución de universitario fiestero a padre cristiano, estaba modelando un futuro más fundamentalmente normal para la derecha que algunas de las alternativas de la era tardía de Trump.
Ahora no le haré esas preguntas, y él no ayudará a responderlas. Que Dios esté con su esposa e hijos, que Dios esté con nuestro país, y que descanse en paz.